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De repente

Foto: Eve Arnold, Magnum Photos

El miedo viajaba en un carro de supermercado. Se presentó así, sin más. De un día para otro, pillándonos a contrapié, sin saber cómo gestionar aquel desasosiego que solo padecían otros, lejos, muy lejos. De pronto, la realidad había sido suspendida y hasta la teoría de la gravedad quedó en entredicho. Alguien nos había robado aquella vida tan algebraica, tan segura. Entonces quise escribir la columna más desinfectada de todas. Encontrar la idea que explicara por qué el universo se nos venía encima. Quise hablar mientras aquel polvo amarillo nos enloquecía sin avisarnos de antemano. Esforzarme para saber qué y quién estaba detrás de todo esto. O simplemente explicarme cómo habíamos llegado hasta aquí. Por qué nos protegemos de ejércitos invisibles y no sabemos qué hacer con este virus que desdibuja fronteras. Entonces, me puse una mascarilla para no caer en la paranoia conspiranoica. En esta llegaron las obligaciones del decreto de alarma. Y les digo, si un minuto antes de que Sánchez lo decretara, alguien me hubiera preguntado qué le pedía a la vida, le diría que nada, quedarme como estaba. Así que por vez primera sentí que la vida era un sismo que no dejaba de replicarnos. Mientras escribía, sentía el miedo espoleándome en el cogote. Aquellas medidas serían buenas para el cuerpo, pero no para el alma. Al verme angustiado, una vecina me ofreció un Ibuprofeno pero otro me dijo era malo, luego me ofreció un medicamento recién llegado de Cuba que curaba aquel virus exponencial y otro me dijo que el ejercito USA estaba detrás de todo aquello. Como si eso lo explicara todo. Y así pasé el primer día del estado de alarma. Entonces miré al cielo. Y no había estelas de aviones. Solo un silencio inmortal que circulaba a cámara lenta. Por vez primera el planeta respiraba. 
Publicado en Noticias de Navarra 16.03.20
segundo dia del Estado de alarma

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