Panadería Arrasate, Pamplona, diciembre de 2019 |
De repente el presente se vuelve sepia. No puedes pasar por
delante de esta panadería, que no es una panadería, sino la panadería del Casco Viejo y no sentirte
atravesado por una extraña pulsión que comienza a la altura de la nariz, el
olor. Un olor que viniera de otro siglo, como anunciando que el mundo puede
entrar en calma absoluta. Eso es lo que pasa cuando entras en este templo del
pan nuestro de cada día. Bueno, del pan y de las tejas y del chocolate y de las pastas y
del hojaldre, y las magdalenas y las rosquillas y del pan integral. Así que si entras aquí, al
punto de la mañana y te pides un café, notarás que ello es la mejor droga
contra el cansancio. Y mientras degustas el café, ves como se cargan las
estanterías de todo tipo de panes conformando una especie de panecoteca universal.
Y entonces no sabes que elegir, como cuando vas al Louvre, que el arte se te
cae encima. Eso me pasa cuando voy. Que un día pido pan de amapola y otro de
espelta y me prometo no convocar ayuno alguno, salvo de palabras. Arrasate
debería pasar a formar parte del patrimonio inmaterial de la ciudad. Porque
entrar aquí te convoca al juicio final. Y entonces decides esperar. A que
llegue y te pille con un café recién hecho y un hojaldre caliente. Aquí.
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