A eso
de las 7,30, cuando la luz aún no se ha colado por la rendija de la realidad,
observo el proceder de un hombre vestido de faena. Lleva pantalón y chaqueta
reflectantes. En ella leo el logotipo de una empresa buitre. Está claro que es
un obrero. Y le supongo precarizado. El hombre está encorvado y lleva un
carrito parecido al del supermercado. En una mano lleva un escobón y en la otra
un recogedor. Su andar es parsimonioso. Pareciera afectado por alguna cojera y
eso me provoca la primera emoción del día. Escucha en una pequeña radio las primeras
demencias del día. Lo miro a escondidas para ver cómo ejecuta su trabajo. Observo
que en el bolsillo trasero de su pantalón lleva el libro de Thomas Piketty: Capital e ideología. Quizás lo haya encontrado
entre las basuras del día, pues recoge hojas caídas, cartones, litronas, vasos
de plástico y una paloma muerta. Lo hace despacio, a conciencia, como un
artesano reñido con la fugacidad. Una y otra vez se agacha y deposita las basuras
en ese carrito que se va llenando. Luego, buscando esa perfección de los poetas,
recoge los restos más pequeños y se marcha a otra calle canturreando una vieja
canción de amor. Le sigo. Mientras continúa su trabajo, advierto que se le cae seguir leyendo
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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