A veces me pregunto si las ciudades
tienen alma. Cada vez que paso por aquí, por esta droguería antropológica de Pamplona, siento
el aliento de ese alma soplando en el cogote. Tenía 14 años y yo trabajaba en lo que hoy
es el Palacio del Condestable y que un día fue “Tejidos Gorriz”. Yo trabajaba
de “maca”. Para los milenials, un recadista. Mi jefe se llamaba Luis Gorriz y
me mandaba, a principios de cada mes, a cobrar recibos por varios locales alquilados de su propiedad.
Entre ellos esta droguería. Allí conocí a unos de los personajes más
emblemáticos de la fotografía navarra. Nicolás Ardanaz, un hombre que vivía en blanco
y negro. Un tipo extraño, inmenso como su voz, pero que a mi me impresionaba por la fuerza de
sus argumentos tras el mostrador de esta droguería que aún perdura, como
queriendo frenar la velocidad de las cosas. A veces paso por aquí de noche,
entonces siento que el pasado sopla con más fuerza.
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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