Cada mañana, al coger La Villavesa, veo a cientos de personas que despiertan ya cansadas.
En sus ojos puedes ver el sofoco de una vida extenuada, agotada por
obligaciones autoimpuestas y encargos pendientes. Como si no hubiera un mañana.
Muchos apenas han dormido, a otros se les nota todavía el Alprazolam en la
comisura de los labios. Y en ese silencio blanco de la mañana sabes que muchos
tienen un día de perros por delante. Cargado de ese nuevo activismo diario que
preside nuestras vidas asfixiadas de producción. Y es que, a juzgar por la vida
que llevamos, pareciera que estamos en guerra con nosotros mismos. Porque
libres de la explotación externa, de la cadena de la fábrica y libres también
de la obediencia debida, nos entregamos al consumo exigente con nosotros mismos. Es la nueva dominación. La
de una época que se libera de la disciplina para inaugurar el tiempo del
rendimiento. Vivir para rendir, cuanto más mejor. Aunque ese nuevo sujeto sea
el jefe más cruel de ti mismo.
Byung-Chul, filósofo surcoreano, es uno de los
teóricos de última generación que mejor ha diseccionado los males que aquejan a
nuestra sociedad híper todo. En su opinión, se ha pasado del deber de hacer
cosas a poder hacerlas, sin limite, sin fronteras. Y así vivimos, corriendo
para atrapar a ese tránsfuga que llevamos dentro, angustiados por no cumplir
con la agenda. Como si participáramos en esa carrera infame por llenar cada hueco de
nuestro cuerpo convertido en la nueva máquina de producción. Porque si no
triunfamos a diario, si no respondemos a las expectativas, entramos en la curva
de la autoinculpación neoliberal. Seguir leyendo
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