La
petición, vía plataforma change.org, de suspender este año los Sanfermines como respuesta institucional
ante la sentencia de La Manada, no pretendía demonizarlos. Ellos solos, con la
ayuda de todos nosotros, los de "casa y los de fuera", de los partidos todos, de la globalización, el turismo
de masas y hasta del sursum
corda, se han convertido en una
fiesta cuyo modelo reclama una urgente revisión. Quien vea demonización en
esto, allá él o ella. Cada uno es libre de interpretar y los firmantes de aceptar esa interpretación y/o compartir.
Tampoco pretendía responsabilizar
a nadie, solo a los culpables. Esta petición
no se hizo para generar efectos secundarios sobre la población. Quien
vea en esta propuesta un intento de hacer pagar las culpas a la ciudadanía, que
se queda sin fiesta, se equivoca. En todo caso, aclarar que esta idea no
pretendía otra cuestión que dinamizar una proposición reflexiva que implicara a
la Institución como respuesta ante uno de los mayores atentados jurídicos
contra una mujer.
Hay quien ha interpretado que esta petición atenta contra el santo y la
sacrosanta fiesta, contra una fiesta que no admite comentarios ni objeciones. Mucho menos su suspensión
temporal. Esta petición pedía lo imposible.
Cierto. Y quienes firmamos lo hicimos con la pretensión de movilizar una
reflexión que llegara hasta médula del sistema patriarcal y la fiesta
neoliberal, patriarcalizada y sexista.
¿Que era lo más o lo menos adecuado? Nadie puede
asegurar el devenir más amable de la historia sin coste alguno. Y no, no
queríamos, ni queremos eliminar los Sanfermines, sino reflexionar sobre ellos, que estos vuelvan a ser unas fiestas
libres de muchas cosas, incluida, la violencia contra las mujeres. Y en esto,
la institución municipal tiene mucho que decir.
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