El
otro día leí una propuesta ciudadana de esas que cuesta entender. Se trata de una
proposición para que el txupinazo de 2018 sea lanzado por alguien anónimo que
represente a las víctimas de la violencia sexista. Y creo en la buena intención
emocional de la proposición. Pero hay veces que las buenas intenciones esconden
graves contradicciones y no pocos retornos indeseados. Y esta es una de ellas.
Quiero pensar que quien propone esto parte de que esta ciudad debe reparar a las
víctimas ofreciéndoles la toma de uno de los espacios más simbólicos y más
sagrados de la ciudad, el altar de la liberación anual, el lugar icónico, la
máxima altura de la sacralización festiva. Y se ofrece ese espacio a las
víctimas como el lugar de la redención ante la afrenta.
Que las víctimas de violencia
machista salgan al balcón de esta ciudad para inaugurar una fiesta que es
corresponsable de su drama me parece una seria contradicción. Que a esas
víctimas se les ofrezca la posibilidad de ser redimidas a través de un acto que
enciende una fiesta y un espectáculo que requiere una urgente revisión, me
parece muy cuestionable. Porque no estamos entendiendo que la única reparación
es la de la justicia y la nueva resocialización de las relaciones de poder y de
género. Y esa pretendida reparación en medio del jolgorio sensacionalista y
alcohólico desvirtúa y desempodera tal pretensión, la banaliza, la despolitiza
convirtiéndola en un objeto de consumo más. En una noticia que será psicoviral,
sensacionalista y de alto impacto. Pero poco más en una sociedad abonada a la
política gestual que ha estetizado hasta la muerte más venal.
Esta propuesta, sin quererlo quizás, está
contribuyendo a la reproducción del discurso hiperproteccionistra y patriarcal
de género. Ese que infantiliza y
minimiza a las mujeres. Si esta ciudad quiere hacer algo por la igualdad que lo
haga haciendo política. Fuera de los focos, ajena al espectáculo y
desvinculándose del efectismo.
Artículo publicado en Noticias de Navarra el 21 de mayo de 2018
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