Fotografía: Yves Klein
Alprazolam, Loracepam o Diacepam forman parte de nuestras biografías
hechas girones. Nos esperan ahí, en
medio de la noche, cuando los demonios bailan en medio del sueño. O cuando al
salir de casa sentimos que la vida es un
montón de chatarra acumulada. Porque sin esas partículas de benzodiacepinas,
muchos no arrancaríamos el día. Y es que pareciera que vivimos extraviados en
nuestros propios laberintos. Como intentando responder a la exigencia de ese
sujeto moderno en constante movimiento y requerimiento. No es de extrañar por tanto, que los centros de salud mental estén
saturados. Que recojan tanto sufrimiento.
Pero una visita a un centro
de salud mental puede ser más ilustrativa
que un master de economía aplicada. Sobre todo si lo que queremos saber es el impacto de las políticas de
austeridad y las nuevas formas de
gobernanza diseñadas por los
laboratorios del neoliberalismo conductual. Se calcula que más del 30% de las
consultas que se atienden en los dispositivos y recursos del sistema de salud
mental, si bien presentan sintomatologías clínicas, nada tienen que ver con trastornos o
patologías propias de la enfermedad
mental. Así lo confirma uno de los pocos estudios realizados en España coordinado por el psiquiatra Alberto Ortiz Lobo. Según
este estudio, de las más de 1.000 personas que acudieron a un centro de salud
mental durante un año, casi un 25% no padecía trastornos mentales.Seguir leyendo en GARA |
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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