Dice este apestado literario, no por cuenta propia , sino por cuenta ajena, que "lo que veo es que se ha desatado la caza del pesimista" y que "los aguafiestas no están bien vistos". Sánchez-Ostiz lleva tiempo escribiendo diarios, su propia trayectoria vital, con sus subidones y altibajos que no oculta. Y ahí hay de todo. No me canso de leerlos, aunque en ocasiones ciertas entradas las encuentre reiterativas. Pero su despiadada forma de meter el dedo en el ojo a esta bastarda realidad es de una lucidez amarga. Y es que en "Rumbo a no se dónde" reconoces de inmediato los pasos de la incertidumbre, el sonido de la fugacidad, el olor del desasosiego y esa liquidez vital que patentara Bauman. Un texto en el que su autor se autoinculpa ante su propia incapacidad de saber el rumbo de su vida. Porque Sanchez-Ostiz representa a ese tipo de escritor en la cuerda floja literaria y vital. Y no se corta un pelo en reconocerlo. Y ahí, en ese punto, conecta con millones de personas precarizadas, sin futuro, sin asideros vitales, con biografías segmentadas, sin apoyos, desvinculadas, desafiladas de las seguridades que un día el Estado del Bienestar nos proporcionó. Sánchez-Ostiz se siente un pesimista vital en un mundo que reclama la felicidad por decreto, que exige el ejercicio de la risa perpetua. "Rumbo a no se dónde" es un texto que retuerce la vida por todos los lados, como diría Cioran. Pero que espera poco de ella: "Cuando estás bajo sospecha es para siempre. Cuenta con eso". En definitiva, un latigazo contra tanta amabilidad.
Dice este apestado literario, no por cuenta propia , sino por cuenta ajena, que "lo que veo es que se ha desatado la caza del pesimista" y que "los aguafiestas no están bien vistos". Sánchez-Ostiz lleva tiempo escribiendo diarios, su propia trayectoria vital, con sus subidones y altibajos que no oculta. Y ahí hay de todo. No me canso de leerlos, aunque en ocasiones ciertas entradas las encuentre reiterativas. Pero su despiadada forma de meter el dedo en el ojo a esta bastarda realidad es de una lucidez amarga. Y es que en "Rumbo a no se dónde" reconoces de inmediato los pasos de la incertidumbre, el sonido de la fugacidad, el olor del desasosiego y esa liquidez vital que patentara Bauman. Un texto en el que su autor se autoinculpa ante su propia incapacidad de saber el rumbo de su vida. Porque Sanchez-Ostiz representa a ese tipo de escritor en la cuerda floja literaria y vital. Y no se corta un pelo en reconocerlo. Y ahí, en ese punto, conecta con millones de personas precarizadas, sin futuro, sin asideros vitales, con biografías segmentadas, sin apoyos, desvinculadas, desafiladas de las seguridades que un día el Estado del Bienestar nos proporcionó. Sánchez-Ostiz se siente un pesimista vital en un mundo que reclama la felicidad por decreto, que exige el ejercicio de la risa perpetua. "Rumbo a no se dónde" es un texto que retuerce la vida por todos los lados, como diría Cioran. Pero que espera poco de ella: "Cuando estás bajo sospecha es para siempre. Cuenta con eso". En definitiva, un latigazo contra tanta amabilidad.
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