El alcalde convocó a los
socios de gobierno municipal. Llevaba tiempo con un extraño run run. No sabía
identificarlo pero silbaba en cada conversación, en cada pasillo. Como un eco
inquietante. Él era especialista en echar la vista atrás y sabía cómo se comportaba
el tiempo. No en vano era historiador. Por eso quiso situar a la ciudad en el
centro de la narración. Pero a veces, las ciudades se convierten en abstractas
u hostiles. De esa ecuación nacía aquel run run.
Él había renunciado a muchas cosas. Y caído en no pocas contradicciones. De
palabra, obra y omisión. Como un servidor. Sabía que gobernar una ciudad
requiere no solo de ideología, que también, sino de un plan y mucha habilidad
de gestión. Y esa gestión, en aquel postcapitalismo estético y compulsivo,
exigía cintura. Para sortear las trampas del capital del que, en principio, él
renegaba. Lo sabía, sí, pero el tiempo se comportaba de otra manera. Porque
gobernar la ciudad no consiste solo en arreglar las grietas del asfalto, sino
las grietas de la gente. Y exige saber qué tipo de ciudad quieres y estar libre
de cargas. No deber nada a nadie. Y allí, donde él gobernaba, se había sellado
un pacto de sangre, casi una omertà con el conflicto. Y eso tenía sus riesgos.
Porque a veces se abrían las venas de la
responsabilidad contraída. Por eso, de un tiempo a esta parte, pensaba que
las cosas se hacían “por si acaso”. Yo le entendía. Y quizás
aquel run run tenía que ver con todo ello. Porque últimamente se
preguntaba si seguiría gobernado la
ciudad en 2019. Él y los suyos, que eran los de muchos. Y eso también se rumiaba en aquella muy noble
y gloriosa ciudad. Porque ese era el
postre de toda cena que se preciara.
Aquella noche, en su libro de cabecera encontró esta cita: "Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero jamás de lo
que hemos dejado de hacer. Ese orgullo está por inventar”. Aquella noche despejó el run run.
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