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¿Hay vida más allá
de Catalunya? Tal vez sí. Lo dicen los informes de la OCDE. Porque España,
después de Japón, es el segundo país con más esperanza de vida después. Aquí la
gente puede vivir encabronada, pero llegar hasta los 83 años. Otra cosa es cómo
llegamos. Porque como decía Thomas Mann, la vejez es la peor de todas las corrupciones.
Pero que a tus 60 te recuerden que llegarás a los 83, te reconcilia con la
vida.
Decía que no
es llegar, sino cómo llegar. Porque vivir de prestado es más agobiante que
sestear en un sanatorio. Por eso, la ONG Help Age International decidió crear en
2013 el Índice Global de Envejecimiento aplicado a personas de más de 60 años.
Este índice mide la calidad de vida que un país puede ofrecer a sus mayores.
Utiliza cuatro indicadores: las pensiones, la salud, la inversión en políticas
públicas de dependencia y la libertad de elección para vivir de manera autosuficiente.
La cosa va del
1 al 96. El puesto 96 sería para el país que peor trata a sus adultos. En 2016, España ocupó el puesto 25
empeorando respecto al año anterior y situándose en un nivel medio en facilitar
a sus mayores un final más pleno y feliz.
Y es que
España cuida mal a su gente grande. Viven más porque sus familias, a falta de
recursos y prestaciones públicas de calidad, los cuidan y protegen. Viven más
porque están muy medicalizados. Y eso resta calidad de vida saludable. Viven
más; pero por eso mismo se exponen a vivir en soledad. Y esto es muy jodido. Y sí,
viven más, pero su capacidad para decidir está condicionada por sus ingresos.
La pensión media ronda los 950 euros. No está mal. Pero casi dos millones de
mayores de 65 años viven con 15 euros diarios. A ellos la vejez no les brinda
reposo alguno. Ya ven.
Vivan hasta los 83 si pueden. Pero no se
obsesionen con ir más allá a cualquier precio. El Estado los quiere vivos, pero
sus familias felices.
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