La España castrense, la de Austrias y Borbones, donde nunca se pone el sol, la de validos y cardenales, la de la
cabra legionaria, la del Caballero del
verde Gabán, la de Góngora y la Contrarreforma, la España de Dionisio
Ridruejo, la del Partido Alfa y Primo de
Rivera, la España del resentimiento, y la del Cardenal Segura, la del
periodismo de intoxicación, la de los cuadros de Goya, en especial ese donde
dos hombres se muelen a palos a orillas del Manzanares, la de Gravina, Churruca
y Alcalá Galiano, la España de Galdós y Trafalgar, la de ABC y la Razón, la del
Capitán Alatriste, la de Acebes y Zaplanas, la de la COPE, la de
virreyes y gobernadores, la del barrio de Salamanca, la de FAES y los Campos de Castilla , la de pascuas
militares y cantos regionales, la España del Español y los Siete pecados
capitales, la de Díaz Plaja, la de la Villa y Corte, la de los Héroes de Mayo,
la de Luces de Bohemia y Los
Episodios Nacionales, la España del Concordato y misa diaria, la de los
Tercios de Flandes, la de González y los GAL, la don Mariano el sordo, la
España mesetaria, la del Cara al sol, la de Aznar y Antonio Cañizares. La España
del Conde Orgaz, la Unión de Armas y la concentración parcelaria, la España
corrupta y cuartelera. A esta España se enfrenta Catalunya, pero bajo esta
España vivimos todos. Todav ía.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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