Mucha gente siente el miedo
soplándole en el cogote. Susurrándole
como un grito infantil a media
noche. Ese miedo estaba dormido en la memoria sólo de algunos. Pero ahora emerge
resucitado de entre los escombros de una democracia incautada. Como el miedo
que provoca un cadáver pescado en las profundidades. Mucha gente, esa que nunca
sabemos dónde guarda sus sueños, no podía creer que llegáramos hasta aquí.
Otros, sin embargo, pensamos que el
miedo había buscado otras guaridas. Pero no, está aquí, agazapado tras un toque
de corneta. Y saben de qué hablo.
Va un rey y
habla. Como un vendedor de retórica de saldo. Detrás de él, un Borbón ilustrado
pero con nula mollera, le mira de reojo. Y más atrás, una corte de validos,
cortesanos corruptos y defiendepatrias de corazón ennegrecido, cuya ética no
cotizaría ni en el infierno, le dictan un
discurso envenenado. Esa gente ha llegado hasta las entrañas de la
perversión pero siente un místico noviazgo con la sensatez.
Esta gente da
miedo. Al menos a los que pasamos la cincuentena. Esa gente nunca se fue. A lo
sumo para afilar los cuchillos. Muchos de ellos todavía anclan sus sueños en el
imperio de Austrias y Borbones. Y se vienen arriba con los gritos de una policía hooliganizada. Claman legalidad, vuelta al redil y
constitucionalidad, no ya para mantener
el Régimen del 78, sino para resucitar el del 39. Y echan mano del Borbón. Porque
saben que Felipe VI necesita, como su padre, su momento salvaespaña para vender su trono a precios populares.
Me siento
pesimista. Qué quieren que les diga. Porque esta gente no desea arreglar nada,
sino vencer. Y vencer hasta acabar con la melancolía de los ruiseñores. Pero es
imprescindible seguir tensando la historia. Para demostrar las contradicciones
entre lo real y representado. Lo dijo Marx. Hace años.
Este artículo se publicó el día 9 de octubre de 2017 en Diario de Noticias, día en que Pablo Casado, vicepresidente de comunicación del PP advertía a Puigdemont de acabar como Companys.
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