En tiempos, ETA cansó a la sociedad vasca
– no digamos a la española- de palabra, obra y omisión. Y también lo hizo la propia gestión política y emocional del conflicto o como usted lo quiera nombrar. La
sobreabundancia de sucesos, noticias, análisis, acontecimientos, idas, venidas,
entradas y salidas del fenómeno y la
información que generaba, abusó de la paciencia ciudadana. De su capacidad de entender qué estaba pasando y a qué precio había que vivir. Todo ello ocurría superado por la
incertidumbre o el miedo, las hipotecas ideológicas o la obediencia debida. O por todo a la vez.
Gran parte de la traca final de ETA responde al aburrimiento, a la desidia, a la
indiferencia ante la violencia, la muerte, la persecución, el odio, la tortura y la banalidad ante tanto sufrimiento. En el fin de ETA influyó la política, en parte, y
también la sensatez de muchos, pero también una actitud social de indiferencia
ante todo lo reiterativo por decreto. Ante una situación que parecía no tener
fin. Muchos vivimos aquello como si estuviéramos esperando a que el infierno se
descongelara. Aun así, no estoy seguro de que aquello haya acabado.
Tengo la sensación de que con el procés está pasando lo mismo. Hay una
sobreabundancia, una inflación de hechos, movimientos, declaraciones, negociaciones, noticias
que saturan la capacidad de discernir, de ser críticos, de analizar con
radicalidad los hechos, de separar el grano de la paja, de entender la
festivalización del asunto, de sucumbir a la inmediatez del mismo o a la
manipulación que el gobierno de PP está haciendo en su favor. No hay
posibilidad de ponderar debido a la rapidez de los sucesos y del propio
acontecer abocado ya al sí o al no. No hay vuelta atrás y eso dificulta mirar con claridad. No
hay posibilidad de entender movimientos, contradicciones, propuestas, leyes o
lo que sea. Ante esto una gran mayoría huye por propia incapacidad para
entender la incertidumbre, un escenario al que nos estamos acostumbramos vía crisis, pero
no integramos en las prácticas cotidianas. De esta manera, llegamos al
comodismo, a la aclimatación por exceso, por saturación de ideas; a ese
estado que anticipa la absoluta
indiferencia ante lo que pueda ocurrir o lo que está ocurriendo. Por grave que
pueda ser. Y entonces dejamos. Nos dejamos ir, abatidos por la el escepticismo
o el nihilismo por decreto. Así nos decimos: mira, que las cosas vayan por
donde quieran ir. Pero esto nos aleja de la auténtica capacidad de incidir en
los procesos históricos, en la abulia y en la nueva dominación de la
indiferencia.
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