Dicen que es el
oficio más antiguo del mundo. Pero servidor cree que es la dominación más
antigua conocida. Y es que últimamente es habitual admitirla como un hecho
incuestionable, como si fuera una viga maestra que sustenta las relaciones
entre hombres y mujeres. Como si esta práctica de opresión patriarcal hubiera
cambiado de acera o le hubiéramos dado la vuelta para mirarla de otra manera,
más amable. Pero ha sido el feminismo el que nos ha enseñado y demostrado que
la prostitución no es solo un mordisco feroz en las carnes de la historia. La
prostitución es un mecanismo de dominio y subyugación de las mujeres. La
prostitución fue la patente de corso del patriarcalismo protocapitalista y lo
sigue siendo con el tardocapitalismo neoliberal.
Y hasta la fecha
nadie, o casi nadie, cuestionaba esto: que la prostitución es una transacción
siniestra del poder machista que perpetua una sumisión patriarcal a través de
la dominación del cuerpo y el deseo. Y esta definición, primero feminista y
después marxista en sus versiones más radicales, siempre ha sido admitida por
el movimiento feminista. Otra cosa es que ahora se cuestione. Que ahora se
venda que la prostitución es libertad y de paso, feminista. Y aquí interesa
analizar esa deriva, sus efectos y sus consecuencias para las mujeres: el por
qué hoy ir de putas ya no es cuestionable, el por qué el coño de las mujeres es
un instrumento de trabajo, el por qué la prostituta ya no es una víctima, sino
una mujer libre y además empoderada a través de su cuerpo en venta, el por qué
una trabajadora sexual se presenta casi como una heroína que destroza las
expectativas de los anticuados comportamientos femeninos, el por qué los
hombres están ausentes de esta historia. Y es que hoy pareciera que la
prostitución se define más por quien vende que por quien compra.
Qué ha pasado para
que la prostitución pueda ser considerada un nuevo derecho de pernada, pero
democráticamente regulado. Y aquí sí que hay un salto. Y además mortal, porque
ningún grupo de mujeres, al margen de su profesión o situación de vida, tiene
una tasa de mortalidad tan elevada como las prostitutas. Alguien dirá que
regulando se protege mejor. En Ámsterdam, donde la prostitución está
legalizada, sigue habiendo asesinatos de mujeres prostitutas todos los años.
Entonces uno se
pregunta qué ha ocurrido en el seno de ciertos feminismos para que se incorpore
en el discurso legitimador el consumo de coños a cambio de dinero. Y que no
pase nada. Y no solo no pase nada, sino que la posición abolicionista sea
considera no solo conservadora, sino además hostil contra las mujeres
prostitutas.
Y es que hoy, en pleno retroceso de libertades públicas,
de los recortes sociales, de los discursos segregacionistas, en medio de la
lacerante violencia de género, la cual ignora como víctimas a las prostitutas
muertas por sus proxenetas, en medio del reblandecimiento de las izquierdas
estéticas biempensantes; los nuevos discursos reglamentistas del mercado sexual
están pidiendo paso para colocarse en la pole position del novísimo
discurso liberador de los cuerpos para campear libres de victimismos.
Uno cree
que seguir leyendo
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