Según fuentes de la Dirección
General de Trafico, en una semana, la Guardia Civil de Tráfico ha detectado más de 2000 positivos en alcohol y drogas. En una semana. Eso quiere decir que, en un
mes la cifra alcanzaría 8500. En un mes. Y en un año, según estas cifras y
progresiones, llegaríamos a los 92.500
positivos en alcohol y drogas. Esto teniendo en cuenta que la Guardia Civil puede detectar, en el mejor de los casos, a un tercio de los potenciales infractores. A esa gente que va puesta hasta las trancas. Un tercio. Y ya es mucho pillar. Según esta estimación, que me corrija la Guardia Civil, en un año pueden circular por las carreteras españolas casi 276.000 personas
puestas hasta arriba de alcohol y drogas. Muchos y muchas, verdaderos asesinos de la carretera y suicidas renegados del presente. Esta es la realidad de un país
a la deriva. No por el consumo. Allá cada cual cómo juega con su vida. Sino por las causas que nos llevan a
esta locura que genera miles de muertos en las carreteras. En un país de
amplias mayorías que viven en la precariedad y la pobreza, el desempleo y el maltrabajo, la soledad, la inseguridad, la locura, la mala
salud, física y mental, el abandono, la violencia, la insatisfacción y la virtualidad de una vida en la que no hay nada a la vuelta de la esquina. Solo un caos de satisfacción bastarda renegada del futuro. Entonces solo queda beber o ponerse hasta las trancas de cualquier cosa. Para retarle a Mariano y
su buena marcha del negocio España.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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