Desde hace años dedico una columna a
los Sanfermines. Siempre quiero que sea la ultima. Porque es muy ingrato ser un
aguafiestas. Y porque en el ADN pamplonés está escrita la inmunidad del santo.
Y es que, de esta fiesta colaboracionista y despolitizada solo quedan los
restos del despiece y una memoria de saldo. Los Sanfermines son, hoy por hoy,
con la colaboración de todos: colectivos, peñas, ayuntamientos de derecha e
izquierda, instituciones, grupos de presión, hostelería, medios de comunicación
y otros agentes tangibles e intangibles, una fiesta capitalista de primer
orden. Y en ella no hay presunción de culpa alguna. Así que de una
fiesta sin igual hemos pasado a una marca sin igual. Y todos batiendo palmas.
Pero el precio es la precarización de miles trabajadores al servicio de la
fiesta, la exclusión de muchos ciudadanos de la misma y el exilio forzoso de miles de ellos. Además
de generar un terrorismo inmobiliario y una gentrificación homeopática del casco viejo sin compasión. Eso sin contar
la insostenibilidad ecológica ni la incómoda contradicción que genera la
intocable fiesta taurina. Por no hablar del “todo vale” del que hoy renegamos
pero del que todos hemos participado en nombre de la exaltación de la amistad,
el buenrrollismo y el guayismo sin compasión. Son las cosas
que el santo no ve. Y es que como alguien ha comentado, pareciera
que nadie se atreve a matar a la gallina de los huevos de oro. Porque los
Sanfermines son eso, cuestión de huevos y de oro. Porque este modelo festivo
sirve a muchos intereses, comerciales e ideológicos. Y porque sin el escenario
sanferminero, muchos perderían grados de influencia simbólica. Y otros muchos
su cuenta de resultados. Los Sanfermines no requieren otra gestión diferente,
sino abordar un modelo diferente de fiesta. Y dudo que queramos hacerlo. Así
las cosas uno se pregunta si Hemingway volvería a Casa Marceliano.
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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