El pasado
miércoles, el Área de Igualdad del ayuntamiento organizó un debate sobre la
prostitución. Bienvenido. Se pretendía así visibilizar a las putas que quieren
serlo, justificar su trabajo y
desestigmatizar sus identidades.
Estuve en el
debate. Pero no me pareció tal. Porque el gran debate que arrastra el feminismo
desde hace treinta años, entre partidarias de la regulación y la abolición, ni
se olió. Allí solo se defendió la prostitución donde los compradores de sexo
ahora no son puteros, sino bondadosos hombres faltos de comprensión que
encuentran un coño libre de cargas emocionales y sin prejuicios ideológicos
neoliberales.
Me declaro abolicionista. Pero no he
llegado hasta aquí tirando de moral. Ni victimizo a quien usa su coño como
herramienta de trabajo. La prostitución, como dice Kajsa Ekis Ekman, no es otra
cosa que sexo, a veces puro y a veces duro, y otras veces ni eso, que se da
entre dos personas. Una que quiere y otra que no. Pero el deseo está ausente en
esa relación. Ese deseo es el que se compra. Y esa transacción sexual es la que genera y avala relaciones de
desigualdad.
Pero en el debate flotaba una idea
trampa: hay quien libremente prefiere ser puta a ser
cajera, limpiadora de oficinas o bombera. Que alguien prefiera ser puta
a otra cosa, es solo culpa del capitalismo neoliberal que ha mitificado la
libre elección de nuestras voluntades y mercantilizando hasta el último
suspiro.
Ser puta puede ser una elección
privada. Y solo así se explicará. Pero desde esa privacidad no se puede
construir un discurso político de socialización sexual de los cuerpos. Así es
como se está construyendo la nueva revolución sexual patriarcal. Y es que el
nuevo prostitucionalismo no libera los
cuerpos de las mujeres, sanciona la dominación más antigua del mundo, la
prostitución.
Articulo publicado el 15 de mayo de 2017, en Diario de Noticias de Navarra
Completamente de acuerdo , no entiendo como a estas alturas hay una parte del feminismo que siga justificando una de las mayores atrocidades de este maldito sistema
ResponderEliminarLo cierto es que ya desde hace tiempo vengo observando ese fenómeno que señalas en el artículo. Las posturas existentes en torno a la prostitución reflejan maneras distintas de ver el mundo, casi irreconciliables. Unos aceptan los derechos y libertades individuales, y por ende la prostitución. Otros subordinan las decisiones personales a unos supuestos intereses colectivos que no sé sabe muy bien quién los decide, pero que están ahí y son incuestionables.
ResponderEliminarPor consiguiente si ponemos en primer lugar a las personas, valorando sus derechos, libertades y voluntariedad tendremos que posicionarnos a favor de la prostitución. Si por el contrario lo que primamos son una valores que no llamaremos morales porque queda muy feo, sino "colectivos" (de una moral colectiva, o mejor dicho colectivista) habrá que negar esa autonomía personal y oponerse a la prostitución por hallarse ésta en contra de los valores y principios que algunas personas consideran correctos. Bueno, no será un tema de moralidad pero toda la vida se llamó así cuando había gente que discriminaba a ciertos grupos (negros, inmigrantes, homosexuales...) porque sus características, forma de vida o su mera existencia les incomodaba.
Te paso un artículo reciente que puede interesar a quien quiera complementar tu punto de vista:
http://www.apdha.org/dia-internacional-trabajadoras-sexo-contra-estigma-puta/
Por cierto, yo también deploro que existan actos en los que den únicamente un punto de vista y no exista debate real. ¿También te parecen mal aquellas charlas donde única y exclusivamente se ofrece una perspectiva anti trabajo sexual? Lo digo porque son la inmensa mayoría. Ojalá pudiese existir un debate sereno, constructivo y riguroso entre las diversas partes. ¿Te interesaría, Paco?