Sé que lo que
sigue quizás escueza. Pero esta columna no se levanta cada lunes para hacer
amigos. Ni para navegar siempre a barlovento. Verán, en medio de tanta
festivalización de la política del cambio, de tanta exaltación del buenrrollismo,
echo en falta la disidencia, la protesta, la manifestación, la movilización. Gestos de una época que
movían los latidos de esta ciudad
pionera en resistencias. Sin embargo, hoy hay una inflación de entidades, colectivos,
asociaciones y grupos que gesticulan de manera similar, que se mueven en la
misma dirección resultando inofensivos para las agendas políticas oficiales. Solo el movimiento okupa juega a la contra y
crea contradicciones.
Y es que
pareciera que el virus del mucipalismo
participado hubiera desactivado lo que en tiempos fue arte y parte de esta
Iruña disidente. Como si los movimientos y asociaciones vecinales, los
colectivos, los grupos de presión, hubieran olvidado la protesta y la crítica
radical acomodándose en esa zona de
confort que nos ofrece la participación
institucionalizada. Y no, no estoy en contra de ella. Me parece que es la única
forma de control democrático. Pero me
preocupa esta deriva hacia el silencio cómodo, la autocensura, la mirada
para otro lado, la uniformidad de palabra obra y omisión o la renuncia. Y me dirán que las luchas ya de
por sí están desactivadas. O que hay una sobreabundancia de actos de revuelta
individual. Pero creo que no es la
debilidad de las luchas lo que explica el abandono de toda perspectiva crítica
o revolucionaria. Porque se puede
seguir hablando así, ¿ o no?. Es la ausencia
de toda perspectiva radical lo que explica la debilidad de las luchas. O la
ausencia de ellas. Y sí, pese a todo, hay razones envueltas en cuerpos y realidades
que nos reclaman. Por encima de las lógicas participativas.
Artículo publicado el día 24 de abril en Noticias de Navarra, día en que una de las máximas responsables del PP, Esperanza Aguirre, dimite. No por convicción, sino por pura presión de un partido enfangado en la ciénaga.
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