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Eutanasia social

El Roto
ETA ha muerto. Incluso antes de anunciar su defunción. Pero con la casquería de sus restos, algunos fiscales y no pocos políticos preparan barbacoas para seguir comiendo caliente del pecado que condenan. ETA, digámoslo alto y claro, ya no es rentable para nadie.  Pero con sus cenizas muchos psicópatas de misa diaria y despacho oficial trafican buscando su resurrección. O eso pareciera. ETA  fue durante años el principal activo penal de un negocio redondo cuyas acciones cotizaban en el mercado del dolor y la sangre. Con ella y contra ella las  urnas se llenaron de víctimas y también de un cinismo bastardo. Pero ahora, su  desaparición deja en evidencia a  muchos que se alegraban viendo trabajar a los enterradores.  Y ya es jodido decir esto. Porque uno  sabe a lo que se expone.

El desarme de ETA  ha pillado en renuncio  a muchos  funcionarios de infierno.  A esos espíritus agrietados  a los que ni Dios podría salvar aunque se pusieran de rodillas. Muchos de ellos  han  reactivado el antiterrorismo legislativo  como forma de gobernanza social. Como estrategia envenenada de control político y social. Porque en ausencia  de éste pareciera necesaria su perpetuación simbólica y discursiva. Porque a falta de ETA habrá que inventarse otros nichos de mercado para saciar a esos rentistas del terrorismo. Todo se ha vuelto honorable y banal. Y esto explica las detenciones  de Altsasu y su posterior tratamiento,  la inculpación bastarda contra la tuitera Cassandra o las pervertidas acusaciones contra los detenidos en Pamplona el 11 de marzo. El PP se sabe inmune en esta fascismocracia española.  Y  cada día es un Rubicón en que uno anhela ahogarse y desaparecer. Llegado aquí, esta columna me aburre. Tírenla si quieren. Pero en este estercolero, la pesadilla es la única forma de lucidez.

Artículo publicado en Diario de Noticias el 3 de abril de 2017

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