Vivimos a golpe de fiesta, de juerga perpetua: Sanfermines, fiestas de Calderería, de la Jarauta, san Lorenzo, santo Domingo, san Fermín Txiquito, juevintxos, , semanas del pintxo, noches del rosado y fiestas de guardar. Y porque no hay más santos a mano ni más vecindad exiliada que lo soporte. Pareciera que no hay otra forma de hacer vecindad, barrio o ciudad que no sea a golpe de charanga permanente, de resaca constante. Como si la muerte nos quisiera pillar de madrugada. Como si en la farra institucionalizada por decreto encontrásemos ese estado natural de ser buenos vecinos, consumidores, militantes de barrio y guais sin más objeto ni pasión que consumir u organizar fiesta tras fiesta. Como un alocado desfogue. ¿Qué celebramos a todas horas? ¿Qué razones esgrimimos más allá de una falsa socialización festiva absolutamente despolitizada y desideologizada? ¿O es que tanta fiesta nos redime de algo? O es que este modelo festivo, atomizado, reiterativo, alcohólico, sumiso y conservador nos hace más qué. ¿De qué, para qué? Díganme si esto es algo más que reproducir modos y maneras de socialización consumista, insostenible, sumisa y adocenada. Un modelo festivo-capitalista que también es segregacionista y clasista. Y esto no lo redime la participación popular ni los foros abiertos o las ginkanas populares.
Hubo un tiempo
en que la fiesta fue un espacio excepcional. Un tiempo de celebración: de la
lluvia llegada, del fin la cosecha, del
auzolan, de la vida y de la muerte. Y hubo un tiempo que alguien gritó Jaiak bai, borroka ere bai¡ Como queriendo unir un
tiempo con otro. De aquello nos queda un modelo capitalista de feria constante,
un tiempo sin costuras condenado a oír
los lamentos como una carcajada. Como queriendo eternizar la fiesta para huir
de este estercolero.
Artículo publicado el día 12 de septiembre de 2016 en Noticias de Navarra
Artículo publicado el día 12 de septiembre de 2016 en Noticias de Navarra
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