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Casa Ortega, de toda la vida


Casa Ortega, Pamplona, calle Mayor, mayo 2016


Uno echa en falta estos escaparates. Esos en los que tu niñez se ve reflejada policromada de  sensaciones. No por echar la mirada hacia atrás en busca de la nostalgia melancólica, que es el principal aliado de la neurosis, sino porque esa mirada hacia atrás te habla de un tiempo más amable. Mucho más. Esta tienda lleva en esa calle muchos años, resistiendo el paso el tiempo, incluso sus dependientes y dependientas mantienen las mismas vestimentas de hace años. Con sus miradas tranquilas, acogedoras y amables. Su lentitud ajena a ordenadores y cajas registradoras. Auténticos apóstoles de la sobriedad y austeridad bien entendida. Apóstoles del decrecimiento acumulado por un saber hacer sin querer ser. Ni más ni menos. Resistiendo el envite voraz de cortesingleses y otras marcas inditexadas,  asesinas de pequeños comerciantes precarizados por una invasión descompuesta. Ortega resiste. Como un baluarte en medio de una calle Mayor que es menor. Ortega es esa parte de la conciencia de Pamplona que se ha quedado pequeña ante el acoso de una mercadotecnia invasiva. Un reducto que merecería ser considerado patrimonio intangible de un casco viejo vendido a la hostelería más bastarda. 













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