Sé que lo que sigue quizás no guste a la izquierda franciscana que nos gobierna. Pero esta columna no se levanta cada semana para hacer amigos. A lo sumo, servidor comparte ideas para no carcomerse a diario con sus contradicciones. Yo no sé ustedes, pero uno siente que esta ciudad está enloquecida con los foros y procesos participativos. De repente la ciudad entera es un foro a cielo abierto en busca de la esencia democrática. Les cuento. No me gusta esta tendencia a consensuar todo entre todos. No me gusta este buenismo minimalista. Ni este buenrollismo participativo que necesita avalar y validar todo lo que nos ocurre a diario en nuestra vida pública y política. Creo que este uso y abuso de la participación es un mal síntoma. Porque esa intensa promoción vertical de la participación, aparte de no ser siempre un plus democrático, ni una plusvalía ideológica, puede incurrir en manipulaciones personales y colectivas para legitimar el nuevo orden político. Porque esos foros de barrio, por ejemplo, reemplazan los recorridos horizontales de la población y su protagonismo social, por una consulta ritual de decisiones generando un activismo desordenado e incauto. Tengo la sensación, entre tanto proceso participativo, que alguien nos está robando los espacios históricos de reflexión. Y que siempre hay gente despolitizada que se queda fuera, que no es llamada a este festín. Más aún, que esta dinámica participativa se enmarca en la antropología política neoliberal al buscar, como la vieja política, la marca, el producto y la inmediatez. Esta inflación participativa me preocupa porque sustituye el análisis de los conflictos sociales por una política ciudadanista que solo aspira a socializar intenciones colectivas. Y ese ideologismo también disfraza la realidad social.
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