Tardé en leerlo 45 minutos. Ni uno más. Me dejó clavado al sillón. Sobre todo cuando leí que al protagonista de la novela ficcionada Javier Ibarrategui, militante de ETA, lo habían matado debajo de mi casa, en Pamplona en la década de los 80. Yo no lo sabía. Y por edad debía saberlo. Me puse a bucear en la red y no encontré nada. Nadie hablaba de ello, ningún medio. Nadie decía conocer a Javier Ibarrategui. No aparecía su rastro por ningún sitio. Ni siquiera en el periódico de Pamplona al que casi nunca se le pasa nada que pueda ser objeto de compra-venta ideológica. Pensé que quizás se trataba de un efecto Carrere. Y entonces encontré esto y ya no supe que pensar.
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