Podemos está tensando el arco de la historia política
española. Está legitimado para ello. Sus votos y la confianza generada en su
discurso le avalan para gestionar, en lo
que le corresponde, este momento
histórico. Cierto. La cuestión está en el límite de la tensión del arco. Porque
si la flecha vuela no hay vuelta atrás. Y ese vuelo no es más que la
representación de la máxima tensión que genera cualquier
decisión. Si Podemos es fiel a sí mismo, fiel a sus votantes y a lo que dice
representar, pero sigue tensando el arco, legítimo, hasta alcanzar su máxima rigidez, debe contemplar las consecuencias finales del
acto. Para eso están las ingenierías de la posibilidad en un contexto de caos y tensión.
Podemos está apostando fuerte. Quizás como nadie lo
ha hecho en la historia política española en los últimos treinta años. Pero no puede ser tan
incauto como para pensar que, aun identificando las traiciones, los pactos
ocultos, las resistencias, las listas negras, los nombres y los apellidos de
los encaladores y enterradores, las reuniones donde se ha fraguado el antipacto
y toda la artillería pesada para que Rajoy siga siendo Rajoy; las cosas vayan a acabar sucediendo según sus deseos. Y ese guión deseado
es hacer valer su posición en el tablero por encima de todo. Como si otros no existieran. Y a eso
se puede jugar también. Pero reconociendo de antemano efectos colaterales. Podemos está obligado a tensar la realidad
hasta límites intolerables. Porque llevamos tiempo sin probar el sabor de esa
tensión, sin percibir los límites de ese reto ante una realidad inalterable. Hace tiempo que vivimos trampeados, hipotecados en medio de esta nada por destino. Otra cosa es que esa realidad trampeada te permita alterarla.
Encontrar ese hueco por donde filtrarte para que tu juego le impida salir nuevamente victoriosa. A eso debe jugar toda izquierda que se precie.
A llevar hasta el límite su poder de negociación y de tensión. La clave está en tener la
habilidad para saber cuándo tienes que plantarte para que la realidad no te
estalle en la cara llevándose por delante un montón de cadáveres.Y contemplar atónito el paso de un tren en el que tu no viajas.
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