Julio Pomés ha escrito en Diario de
Navarra un artículo titulado Fabricar más pobres Un título frívolo que si lo lees a fondo,
sientes una luz que te hiela la sangre. No parece firmado por quien preside un
grupo de civismo, sino por un populista que acaba de cenar con Le Pen. Pomés desconfía
del Estado Social y lo disimula con una poética ulcerada. Él va de socorrista de pobres con pedigrí. Con los que se lo
curran. Por eso cree que un sistema de protección social es muy costoso. Porque
no cree que haya pobres, sino vagos de
solemnidad. Y a esa gente ni agua. Porque quieren vivir de los impuestos de las
clases medias expoliadas por este gobierno de filoradicales. Pomés exalta a Cáritas.
Para él, esa organización y sus voluntarios
son la sal de la tierra. No así los servicios públicos protectores de los
parias sin futuro. Esos que Laparra, ese vicepresidente yonki de la igualdad,
quiere que vivan sin dar palo al agua a cambio de un “sueldo de por vida”. Pero
Pomés ignora con alevosía a los bastardos del crimen social. A esos que sangran
a los pobres que él socorrería con una mano y con la otra expulsaría de
Navarra. Lo digo por el “efecto llamada” de la Renta Garantizada que denuncia
como un anatema apocalíptico. Pomés es un populista venido arriba. Porque
mientras la crisis ha creado miles de pobres en Navarra, él ha callado como un
muerto. Pero ahora resucita como un profeta del miedo. Dice que mucha gente vivirá a costa de los altos impuestos sobre la
industria navarra. Que esa riqueza asustada
emigrará dejando un reguero de paro y decadencia. Curioso este hechicero
que trampea cuentas, datos e ideas. Pomés: los pobres no se fabrican. Son el
resultado de una economía segredadora de
la cual usted es arte y parte. Y ellos son rentistas, sí. Pero del heroísmo. Ver artículo en Diario de Noticias
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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