Ir al contenido principal

Juan Tallón


Juan Tallón podría ser mi hijo. Pero también podría ser mi padre. De hecho casi lo he adoptado como tal. Dos textos suyos me han tallonizado hasta dudar de mi identidad. Con este tipo me he quitado de encima un falso prejuicio al sospechar de la solidez de ciertos escritores jóvenes. Al menos más jóvenes que yo,  que ni soy escritor ni me lo propongo. 
A Tallón lo descubrí con un primer libro titulado “Libros peligrosos”. Uno empieza a leerlo y ya no para. Como una carrera enloquecida hasta las seis de mañana sin dormir. Una sucesión encadenada de recomendaciones que rompen con la crítica literaria al uso. Es como si Tallón se hubiera comido los textos una tarde tras salirse del cine y los hubiera vomitado convertidos en sensaciones a pie de obra. Y luego el tipo te obsequia con frases que te dejan seco, como si esas frases fueran vomitonas rescatadas tras una resaca monumental. Por cierto, en esos “Libros peligrosos” uno echa en falta a Curcio Malaparte y  “La piel”. Tallón, léetelo si no lo has leído.
Pero todo  esto te lleva a buscar otro texto suyo. Como un yonki tallonizado, insisto. Y encuentras “Fin de poema”. Y encuentras las ultimas horas de cuatro poetas: Cesare Pavese, que preside casi todo el relato merodeando alrededor de una muerte imprescindible para la literatura, a Alejandra Pizarnik, a Anne Sexton y a Gabriel Ferreter. A todos les persigue ese instante final que a veces he imaginado conmigo mismo. Y también  de pensar, como una agonía sin desenlace,  una y otra vez en los últimos diez segundos finales de un condenado a muerte.

Un texto, este Fin de poema,  que me ha traído a la memoria a Cioran cuando dice: “Una llama atraviesa la sangre. Pasar al otro lado, esquivando la muerte”. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

El circo de Lodosa

Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos,   y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de

Mario Gaviria, de trago largo y coito corto

Mario en 1998 un café de Madrid, con 60 años. Foto: Miguel Gener Quizás, para mucha gente, Mario Gaviria, fue un desconocido. Ese ribero de Cortes, sociólogo para mas señas y arquero del primer ecologismo navarro, falleció el pasado sábado a punto de llegar a los 80. Él cumplió con aquello de no ser profeta en su tierra. Quizás no supo tomar las precauciones necesarias para ser un mal comprendido. Y es que mientras el viejo régimen de UPN gobernó esta Comunidad, este alumno de Henry Lefevre, antiguo consultor de las Naciones Unidas en África, autor de 40 libros y Premio Nacional de Medio Ambiente en 2005, fue sistemáticamente invisibilizado. Quizás por eso miró a Zaragoza, donde trabajó intensamente en proyectos urbanísticos y medioambientales como la traída del agua del Pirineo para abastecer la ciudad o el diseño del barrio de viviendas sociales y ecológicas del Parque Goya. Mientras tanto,   aquí se le negaba el reconocimiento que él nunca buscó. Hasta que en 2006, el Colegio d

Miquel Marti i Pol

Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán.  Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por   su dramática   soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana.   Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Roda de Ter pero que t