Un
viejo conocido me espetó amablemente el
otro día que mis columnas rezumaban
amargura. Que escribía como un yonqui de la queja, como si solo leyera a Cioran.
¿Acaso la vida no te ofrece ni siquiera una tregua? ¿ Acaso disfrutas mirando
trabajar a los enterradores? Joder, pareciera que chapuceas a diario en un
estercolero. Como un diplomático del gemido. Eso me dijo. No supe qué
contestarle. De repente me hizo sentir como un experto en decadencias. Pero
sinceramente, no soy un tipo que crea en
el porvenir del cianuro. Salvo en contadas ocasiones y si se prescribe con
nombres y apellidos. Así que me dio por
pensar en una columna amable. Ahora que los tiempos prometen un paraíso, aunque
sea en llamas. Y pensé en escribir una sobre el próximo Congreso de la Vida
Buena en Tudela, otra sobre la ultima victoria de Osasuna en Córdoba, quizás
una sobre el repunte del turismo en Navarra o el imparable buenrollismo de los
políticos harekrishna de esta ciudad llamando a la participación, mesas
ciudadanas y procesos comunitarios para
llegar al nirvana social. Y así me iban saliendo unas cuantas. En esas estaba
cuando oí por la radio que el cine Carlos III cerraba el próximo 3 de marzo. Justo
el día que se cumplen cuarenta años de
los asesinatos de cinco obreros en Vitoria por atentar contra aquella realidad. Hoy la crisis, el mercado o lo que
sea, elije ese día para cargarse al ultimo cine del centro de Pamplona. Ignoro la
razón del crimen aunque me la imagino. Ese cine llevaba cincuenta y dos años
atentando contra la realidad, esa de la que huimos para soportar mejor el peso
de las verdades. Y eso se paga caro. Pero ya ven, me estoy envolviendo otra vez en el bucle de la queja.
Y no quisiera. Que vuelva el cine.
Artículo publicado en Diario de Noticias de Navarra el 29 de febrero de 2016
Comentarios
Publicar un comentario