Fue Roberto Bolaño quien
dijo “mi patria es mi hijo y mi biblioteca”. Para muchos, la Biblioteca de San Francisco fue también nuestra patria. Aquella
biblioteca de antaño, con sus ficheros manuales, su mostrador tipo ultramarinos
y sus dependientes que desaparecían entre estanterías cargadas de saberes, fue
un escondite donde librarte del tiempo muerto de la edad, de ligues, de pobres
que buscaban calor, de quedadas
para matar la tarde y donde mucha gente
preparó oposiciones. Aquello se cerró
por obra y gracia del neoliberalismo cultural más bastardo y se particularizó
en nombre de la eficacia privada que nunca demostró ser más eficiente. Así
hemos estado algunos años. Con una biblioteca de barrio renovada, cierto, pero convertida en poco más
que una guardería y guarida de
internautas. Sin fondos, sin novedades, sin personal y donde los libros se
retuercen de tristeza.
El ultimo día del año una noticia me alegró la mañana. No sé a quien agradecérselo. Quizás a ese hombre anuncio que durante días y días protestó enfadado porque la lectura estaba prohibida por las mañanas. A quien corresponda pues, mi felicitación por haber recuperado un horario de lectura apto para todos los públicos. Y también una gestión más pública. Aunque sé que este cambió quizás deje cadáveres invisibles. Pero creo que ganamos todos. Sobre todo este barrio que huye de sí mismo, colonizado por una hostelería sin control, sin apenas lugares para la infancia, tampoco para la vejez, sin tiendas cercanas o hundidas en la indigencia, sin centros de cultura viva, sin galerías de arte, sin verde, sin árboles, ni bancos donde descansar la nostalgia, ni lugares libres de ruidos, ni aceras por las que transitar la pereza. Gana este barrio. Pero viendo su deriva, pareciera que ha elegido el naufragio para salvarse.
Publicado en Noticias de Navarra el 4 de enero de 2016
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