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El debate


El presidente, enfangado de corrupción hasta la médula dorsal de su ultima confesión de palabra acto y omisión, estuvo a la altura del farsante que ha construido para  protegerse ante la evidencia más negra de sí mismo. Su propia ética y moral, arrastrada por la historia reciente de un país al que ha llevado a la bancarrota económica, ética y social, se tambaleaba pese al deseo desesperado de mantenerse a flote en medio del lodazal que él mismo había levantado. Rajoy no supo ni siquiera defenderse como un hombre de bien. Ni siquiera como un hombre  de mal. Simplemente hizo lo que él sabe hacer. Alterar la realidad y aplicársela al pie de la letra. Aunque fuera falsa.  O lo que es lo mismo, decir que es de noche cuando en realidad alguien ha bajado las persianas. Rajoy quiso ser un hombre de Estado  pero acabó devorado por su propio estado de ánimo. Un hombre a la deriva tratando de engolarse tras los restos de un naufragio que anunciaba como útil y necesario para salir a flote en el mar de los ahogados.
Sánchez, sin saber argumentar –desde la radicalidad política que le brindaba el escenario-  utilizó datos correctos pero mal engarzados. Lo tenía a huevo. Delante de él se sentaba  un hombre abatido por la mentira y la farsa. Sánchez podía haber ido más allá, haber sido más incisivo. Pero  no supo desmontar  las mentiras permanentes  con argumentos de peso más allá del y tú más. Dicen que ganó Sánchez. Yo creo que Sánchez  solo tuvo que aprovecharse de un registrador de la propiedad venido a más pero en el fondo eso, un contador de números adulterados. 
Me extrañó que tras el debate, tanto Rivera, el candidato de Cs, del cual se puede esperar de todo,  como  Iglesias, dijeran que el debate había sido bronco y que eso no era de recibo. ¡ Cómo que no ¡ Ya lo creo que era de recibo. Eso y más. Lo que ha ocurrido en  este reino de España descapitalizado da  para eso y más. Porque nunca fue tan necesario  llamar a las cosas por su nombre. A no ser que estos dos candidatos, sobre todo Iglesias,  piensen que cuando se sabe que todo es irreal, no tiene sentido alguno fatigarse para demostrarlo.





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