Poco a poco la ciudad iba
convirtiéndose en un gran queso de gruyere. Desde el cielo podía
contemplarse una especie de territorio
lunar sobre el que operaban todo tipo de profesionales de la
deconstrucción. Abierta en canal por unas taladradoras de dientes plateados, la ciudad que, en tiempos había sido un
destacado mercado, hoy era un gigantesco
socavón que dejaba al descubierto los
desechos del pasado. Por debajo de la
línea de flotación, que esta ciudad mostraba
sólo una semana al año, empezaron
a emerger las estrías del tiempo. Los surcos que la historia había marcado a
sangre y fuego. Todas las ciudades que aquella capital de provincias habían sido, volvieron a brotar por obra y
desgracia de aquellos gigantescos bisturíes que la sajaban. Allí aparecieron
viejos palacios, pergaminos llenos de
historias, estatuas de mármol y monedas de oro. Hasta los sueños
enterrados de sus antiguos pobladores se desperezaron.
A esa situación se había llegado después de
que sus regidores hubieran decidido hurgar en sus profundidades. Pero no es que
éstos se hubieran leído En busca del
tiempo perdido. Nada más lejos. Lo
que aquella cuadrilla de
chamarileros buscaba en las profundidades no era el pasado, sino
el futuro. Y es que el destino en lo
universal, el porvenir y la esperanza
renovadas debían de estar muy
hondos para perturbar con tanto ahínco las entrañas de la ciudad. Aquella imparable
operación de cirugía urbana pretendía una urbe coronada por la rueda de la
fortuna. Una ciudad con las arterias reformadas
para poder circular por el presente con mucha libertad. Todo el subsuelo
se había convertido en un gran altar
desde el que se realizaban grandes operaciones financieras. Ahora, pese a la
oscuridad de las profundidades, las cosas estaban mucho más claras y los
magnates de ciertos negocios se movían con mayor facilidad. Aquella ciudad
perdió su historia pero un oráculo anunció a uno de sus políticos: “ hay
algunas personas tan necias que si una sola idea aflorara en su cerebro, ésta
se suicidaría aterrada de su soledad”
Posdata: este artículo se publicó en Diario de Noticias en enero de 2001. Creo. El cuarto de estar de la ciudad, esa expresión pamplonauta, fue saqueado por bandas de constructores y aparcacoches de dudosa honradez y al servicio de unos intereses siempre oscuros, como el agujero que perforaron. Un nuevo proyecto municipal de peatonalizar el Casco Viejo está en la agenda política. Sería oportuno que lejos de seguir la estela del neoliberalismo urbanista, este ayuntamiento reflexionase para no convertir el territorio urbano en un nuevo espacio de conflicto.
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