¿ Qué extraño
veneno se agita en el cerebro del
asesino de su propia mujer ? No lo sé. Tal vez el mismo que dinamita las
neuronas de cualquiera que decida acabar con ese prójimo que le
inoportuna. Pero hace falta ser muy
cabrón para acabar con alguien a cuchilladas
y, además, por la espalda. Y si
la víctima es una mujer violada, torturada, apaleada y desposeída de su honra durante trece años
de cruel relación, entonces las tripas se retuercen buscando venganza.
Pero lo sé, esa no es la solución aunque
el cuerpo te lo pida. Todo esto viene a cuento porque el pasado martes, aquí mismo, un tipo vulgar de alma ennegrecida, acabó con
una mujer que había decidido abandonar el infierno en que se había convertido
su lecho conyugal. Él no lo soportó y se
encargó de decirle al mundo quien tiene la última palabra. Este matón
envalentonado ya lo había anunciado. Así que todo el mundo sabía o intuía lo
que podía pasar. Hay miles de casos similares. Y nadie lo evitó de verdad. Unos
hicieron lo que pudieron, otros no hicieron nada y otros se llamaron andana.
Ahora, ella pasea su alma desangrada por
ese espacio infinito donde ya no
necesita de nada ni de nadie.
Posdata: este artículo se publicó en Diario de Noticias el 6 de junio de 2001. Han pasado 14 años. En apenas siete días de este negro noviembre de 2015, han muerto siete mujeres asesinadas por sus verdugos mal llamados amantes, compañeros o maridos. Una violencia incesante e incansable, banal y venal. Y pareciera que el artículo se podría haber escrito hoy. Eso no demuestra que servidor esté en lo cierto sino que este estado social ha enloquecido.
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