A la mayoría de quintacolumnistas de este diario se nos ve el plumero. A cada cual según su taquicardia semanal. Y ustedes lo saben. Les tengo que reconocer una cosa. Antes de la caída del régimen, me resultaba fácil levantar esta columna. Porque cada semana competía con la siguiente en una carrera bastarda por el envilecimiento. La sinceridad del viejo régimen se había hecho imposible y la ironía o la dentellada operaron desde esta esquina como la única forma de redención. Por lo menos para mí. Como el sonido de un epitafio en medio de un circo. Y funcionó. Unas veces peor y otras mejor. Porque servidor entendía que cada columna era un acto de rebelión. Y algo había que hacer con ella. Eso sí, sin aflojar la corbata para respirar.
Desde que la izquierda excitada y variopinta nos gobierna, uno reconoce que ha entrado en régimen de autocensura. Me cuesta viajar a los agujeros negros de esta nueva gobernanza. Y eso me preocupa. Porque uno entiende que si, como dice Borges, uno es lo que lee, servidor no puede convertirse en una cínica herramienta del silencio. Por mucho que quienes hoy nos gobiernan gocen de mi complacencia.
Por eso, estos días rebusco entre los discursos, los deslices o las pifias de este nuevo Gobierno. De momento solo encuentro artículos de saldo. Los que UPN compra para echárselos en cara. Por ejemplo, el sistema de Aranzadi para cubrir puestos o el disfraz que el concejal Cuenca lució en el Privilegio de la Unión. Pero les digo una cosa. Si la izquierda solo genera ese mínimo fragor genésico en el alma de UPN, algo empieza a ir mal. Pero también les digo otra. Si UPN solo es capaz de sacarle los colores al Gobierno por la cara menos afilada de su política, la gestual, ahora entiendo el proceso esclerótico de ese partido en bancarrota.
Artículo publicado en Diario de Noticias el día 13 de septiembre de 2015
Artículo publicado en Diario de Noticias el día 13 de septiembre de 2015
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