Raquel Marin (El País) |
Entre las
amistades peligrosas que rodean a Aznar hay un tipo de calva bronceada por el
resplandor que emite el poder. Si uno logra acercarse a él, detectará un
intenso perfume que sólo trata de esconder los malos olores que despiden sus
cuentas bancarias. Aparentemente, nadie sospecharía de él, a no ser que
alguien, en este caso los jueces, te digan que sobre ese italiano casposo,
dueño de media Italia, pesan siete causas
por fraude por valor de 13.500 millones de pesetas. Ahí es nada. Pues
bien, ese tipo apodado Il Cavaliere,
y para mas señas, primer ministro italiano,
anda estos días camelando a la Iglesia y a las putas de su país para que éstas desaparezcan del escenario,
siempre caótico de las calles italianas. Berlusconi se propone legalizar los
burdeles. Y es que a este tipo de moral incierta y mirada de hiena malparida,
le molestan las 70.000 prostitutas buscándose la vida por las calles de Italia.
Berlusconi
anunció durante su campaña electoral que iba a reconquistar la moral perdida de
la República. Al parecer este hombre es de los que miran para otro lado cuando
le preguntan por el olor de sus entrañas.
Y es que él, como otros dirigentes de la nueva derecha perfumada, sigue
mirando a las putas de reojo. Nunca de frente. Por sí acaso. A este financiero
de la política no le inquietan los verdaderos problemas de las trabajadoras del
sexo, sino la emulsión moral que despide su trabajo. Encerrarlas para no ser
vistas. Curiosa ética la de este personaje, dueño de una cadena de telebasura
italiana que vomita pornografía, machismo trasnochado y violencia de mal gusto
las 24 horas del día.
Berlusconi
quiere legalizar los burdeles porque así recluye un problema que él considera
de orden moral. Mal asunto. La prostitución es un oficio, y como tal debe ser
regulado. Nunca ocultado. La prostitución es un sector laboral que en España
agrupa a 125.000 trabajadoras del sexo, 35.000 de ellas con dedicación
exclusiva. Hace poco se reunieron en unas jornadas celebradas en una Universidad
y allí, sus representantes declararon que, además de abordar y denunciar los
aspectos más sangrantes de este negocio: el tráfico de mujeres y su propia
salud; había que enfrentarse a la otra
cara del negocio. Sin morbo y con valentía, venían a decir, hay que hablar de
demanda, liberalización, precariedad, fuerza sindical, capacidad de
negociación, seguridad social..., claves todas ellas, para acabar con el
carácter marginal de esta profesión.
Posdata: escribí este artículo en mayo de 2001. Hoy no pienso igual. No estoy por la legalización ni por la regularización de la prostitución. Sé que es un debate difícil y cortante. Que no admite medias tintas. Si legalizamos y regularizamos estamos justificando una explotación sexual encubierta y blindada por la facilidad ideológica de una escabrosa posmodernidad. Les dejo un artículo publicado recientemente en El País que puede ayudar. http://elpais.com/elpais/2015/07/13/opinion/1436804511_049875.html
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