No es que Rajoy y el PP vivan en otro planeta, constelación o sistema solar, ni que pasten en otra realidad, no es que no sepan de qué va la vida a pie de obra, ni que se cuece en los bares, en los colegios, en los hospitales a primera hora de la mañana, en los trayectos de los autobuses, a la hora del almuerzo, en los domicilios sin luz o sin calefacción. No es que el PP ignore, por activa o por pasiva, de qué lado cojea el mundo o el estado de bancarrota en el que viven trece millones, trece de españoles. No es eso. O no es solo eso. Es esa ignorancia interesada y bastarda. Es esa arrogancia con la que distorsionan la realidad en nombre de la buena fe y vida de la gente. Al PP, a Mariano Rajoy y a sus ministros, secretarios de estado y demás cargos pestilentes que se sustentan en esta España a la deriva, se la trae al pairo la verdad. Simplemente han aprendido que la comedia y el baile de disfraces es el mejor antídoto contra la tragedia diaria que dicen gestionar con arte.
Durante debate sobre el estado de la nación Rajoy ha demostrado ser un perfecto francotirador de la mentira calculada. Un emigrante perpetuo de la sinceridad. Pero le da igual. El es de los que cree que el infierno está en otra parte. Que la equivocación no va con el. Rajoy es un copo perdido a merced del aire que agita su vanidad y su absoluta cobardía para comprender el sentido del mundo que habita. Yo no se si Rajoy y sus ministros reflexionan en serio. No lo creo. Si lo hicieran sangrarían de vergüenza. Más aún. Si los demonios probaran el amargor de su sangre enloquecerían de tristeza. A estas alturas, Rajoy ya no espera salvar su alma, solo espera salvar su nombre. Pero todo lo que ordena lo envilece y lo desmorona como gobernante.
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