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Los restos de la guerra


Fotografía: Clemente Bernad

El golpe de Franco, que por aquí fue el de Mola y el de unos insurgentes armados por Mussolini, desencadenó en esta tierra su adelantada y celtibérica versión de lo que poco después se conocería en Europa como “solución final”: la caza y exterminio sistemático del enemigo. Digo adelantada porque el golpe madrugó en Navarra y empezó temprano a arrear duro y a la cabeza. Digo celtibérica por los versos de Gil de Biedma: “Media España ocupaba España entera, con la vulgaridad y el desprecio de que es capaz un intratable pueblo de cabreros”. La “solución final” tuvo otros ensayos madrugadores, como Guernica. Las “soluciones” que comenzaron a ensayarse en Pamplona en la mañana del 19 de julio de 1936, por su inhumanidad y ensañamiento, no son de naturaleza muy distinta a la de los crímenes de guerra juzgados en Nüremberg. Ninguno de los juzgados en Nüremberg ha mostrado jamás el menor arrepentimiento y aquí esos crímenes se han relegado como cosa del tradicional cainismo celtibérico. De Nüremberg salió algo en limpio: el perdón, a falta de arrepentimiento, reclama el restablecimiento de la verdad y el reconocimiento de la dignidad de las víctimas, cosas de las que es enemigo el olvido. La condena del golpe de Estado que trajo consigo aparejadas las “soluciones finales” a la celtibérica –duro y a la cabeza–, no servirá de mucho si se toma como una declaración de punto y olvido; menos en tierras como ésta, donde a la falta de reconocimiento de la dignidad de las víctimas se añade aún hoy el desprecio oficial de su memoria: negativa a retirar los símbolos del régimen que acaba de condenar el Congreso; insistencia en sostener en pie –si no en rehabilitar– cuanto el régimen recién condenado erigió para honrar a los suyos y honrarse a sí mismo… Los restos de la guerra son los restos de un naufragio que no puede olvidarse ni perpetuarse.


Posdata: artículo publicado en Diario de Noticias de Navarra en octubre de 2002. Ayer día 4 de enero de 2014, la Sociedad de Ciencias Aranzadi, descubrió en Elia (Navarra) los restos de tres fusilados  tras la masiva huida que tuvo lugar el 22 de mayo de 1938  del Fuerte de San Cristobal-Ezkaba (Pamplona). Esta espectacular huida, en la que participaron  795 presos políticos, ha sido considerada  una evasiones más destacadas de la historia por su espectacularidad y las graves consecuencias que tuvo. Del total de huidos, 211 de ellos fueron asesinados en una trágica cacería. El resto fueron detenidos, torturados o desaparecidos.
 Esta historia sigue pesando en la memoria reciente de Navarra. Escuece todavía su eco. Y las instituciones, especialmente el Gobierno de Navarra,  siguen mostrando poco o ningún interés en recuperar la dignidad abatida de estas víctimas del totalitarismo franquista. Ya ven, a diferencia de Nüremberg, aquí no ha habido ni siquiera arrepentimiento formal.

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