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Ficción



                                                         
Sólo el trato con la gente con la que trabajo a diario, me muestra de manera clara y nítida el perfil de la realidad. El núcleo duro de la existencia. Tal vez,  el único  contorno de la verdad. Tengo la  suerte - o quizás la desgracia- de saber de qué va la vida de la gente más desesperada, de los invisibles, de los apartados, de las instaladas en la periferia, de los que circunvalan la existencia por los polos. Solo ellos y ellas emiten señales de auténtica realidad. El resto el pura ficción.
El primer capitalismo nos robó el sudor y la sangre, el segundo inventó el consumo y nos arrebató los sueños de cambiar el mundo y  la utopía,  y el tercero, el capitalismo de ficción, como lo denomina Verdú, nos ha robado la realidad. El último y gran paso de una civilización cimentada sobre la apología del simulacro permanente. Porque en este nuevo capitalismo solo importa la producción de  sensaciones, la  fabricación de una realidad fingida, infantil y  expurgada del sentido y del destino, un lugar  donde no reine la tragedia  Una realidad reconvertida en parapeto y en una fábrica de  distracción. Algo sublime. Uno tiene la sensación de vivir en un país donde se ha fugado la verdad, donde reina la ocultación, la simulación y el enmascaramiento. Y es que la actualidad, la política, los discursos, la democracia, los mensajes, las ideas, las relaciones, el lenguaje, el arte,  la cultura; todo  se ha convertido en un campo yermo y vacío. Una prueba de ello es el control economicista de la política, que  ha dejado sin tajo a los políticos y ha convertido  los Parlamentos en  grandes teatros donde se desarrolla la dramaturgia de una democracia para profesionales de la ficción. Y es que la amenidad política está  más pendiente de la proliferación de mentiras y dudas que de la investigación de la verdad contrastada. 

 Por eso Matrix representa la nueva escenificación del mundo. El  capitalismo de ficción nos ha secuestrado las almas y  llega un momento en que ignoras  que existe otra realidad, pero vives y actúas como si ésta fuera la única. Entonces no  te queda más remedio que simular  porque las claves para sobrevivir están cifradas  en ese lenguaje de ficción. Y así, poco a poco, la gran derecha del mundo, que ya no quiere insinuarse, sino imponerse, acaba construyendo un sistema de coerción como si de un ambiente natural se tratara. Yo no se ustedes, pero yo, ante este panorama prefiero  morir de disgusto y lúcido que de gusto y demenciado.



Posdata: este artículo se publicó en Diario de Noticias de Navarra el 12 de diciembre de 2003. Salvo la película de Matrix, que quizá ha pasado al catálogo de clásicos del cine, el resto me parece vigente. La realidad no solo supera a la ficción, sino que se confunde en planos paralelos. La verdad es un asunto histórico y el capitalismo posfordista ha abandonado la explotación clásica por el ejercicio de la biopolítica, ese  instrumento de dominación en el que el cuerpo, la vida de cada uno, sus emociones, sus gustos, sus veleidades, sus pasiones están al servicio del capital. Estamos abonados y abandonados  al gobierno del  capitalismo emocional, ese estado de control que garantiza la absoluta y más perfecta dominación imaginada. Y todo sin darnos cuenta. Porque además actuamos motivados   por  nuestras propias necesidades y expectativas, algo que la moral postmoderna ha primado hasta el delirio.  

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