Españoles, españolas, siguiendo la tradición borbónica, me dispongo a
desearos unas felices fiestas. He de deciros que no me resulta fácil, ni mucho
menos cómodo hacerlo. Sí, no os extrañéis de estas palabras que quieren ser
sinceras pese a reconocer mi poca credibilidad. Decía que me cuesta felicitaros
las pascuas navideñas y me siento un apóstata del lenguaje. Porque, pese a lo
que diga el presidente, sé que el horno no está para bollos, porque quizás
no hay horno y me temo que tampoco bollos. Pero lo que más me incomoda
es hablaros de cerca. Nunca lo he hecho. Mis padres me protegieron de la plebe
y de las miradas a ras de tierra. Como a esos que miran por encima del hombro
de sus semejantes. Así que esto me supone
un esfuerzo, incluso verbal. Me cuesta por tanto hablar en nombre de esta
familia sin sentir vergüenza ajena y propia. Porque desde que mi padre la mancilló -a esta familia e institución que
dicen represento- en nombre de no se sabe bien qué, entiendo que nada podrá compensar tanta
usurpación de poderes largamente solicitados por
vosotros y vosotras.
He oído a mi padre muchas veces por estas fiestas hablar de justicia, de
valores, de sentimientos, de derechos y de España, España y más España. Sinceramente, he de deciros
que no creo en nada de ello. Me suena
hueco, como un eco sin fondo, como un mantra sin ritmo. Por eso creo que mi padre hablaba en vano. O no hablaba, ni en serio ni en
broma. Simplemente mentía sin rubor a sabiendas de ello. Ahora, que he llegado
al centro simbólico del poder, lo veo.
Qué deciros cuando mi propio cuñado, un deportista venido a menos y un gángster llegado a más, ha infectado hasta la
corrosión a esta institución que por cuenta propia se ha encargado de
perpetuarse sin control. A esta institución que ha posibilitado el
enriquecimiento indebido de muchos de sus miembros por el mero hecho de ser
quienes eran en nombre de ciertos privilegios insultantes.
Qué deciros también de mi hermana, la infanta, arrastrada por su esposo y
por su, porqué no decirlo, deseo expeculativo no exento de graves dosis de acumulación
insatisfecha; envuelta actualmente en
una seria acusación. Soy su hermano y no voy a mentiros, trataré de protegerla.
Pero mucho me temo que no será posible. Porque intuyo, y hasta casi afirmo, que detrás de mi se mueven poderes incluso
más pesados que el mío, fuerzas que tratarán de librarla de peso de la ley. Si ello
ocurriera, os garantizo pese a mis profundas contradicciones humanas y
familiares, que procederé contra ello.
Eso, si alguien no me lo impide.
Sinceramente, solo encuentro un motivo para desearos felices fiestas. Y sé
que me lo vais a agradecer no sin cierto desconcierto. Tengo muy meditada mi
decisión. En este mismo instante, en presencia de todos y todas vosotras, presento mi abdicación y renuncia al trono.
No me preguntéis qué trámite, que artículo
de una Constitución caduca deberé tocar o retocar. No me corresponde.
Solo sé que he procedido a arbitrar los
cauces necesarios para que la monarquía española deje de estar presente en la
lista de dinastías europeas. A partir de este momento se abre un proceso
constituyente cuyo objetivo es generar un sumario que permita al conjunto de
los pueblos de España decidir su futuro político. Nada más. Vuestro impuesto
rey se despide sin otro ánimo que el de ver cumplido un sueño. Yo no quería
serlo. Y a rey puesto, rey depuesto.
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