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Una cara muy dura

Juan Rossell, presidente de la CEOE. Foto: Juanjo Martín






Vean esta cara. Párense detenidamente en ella. Dirijan su mirada donde el tipo supuestamente observa extrañado de sí mismo. Como si le hubieran pillado en un renuncio. Y observen este cuadro con escorzo quejoso  hacia la izquierda.  Miren esas arrugas, como olas surcando una frente incapaz de sostenerse sin apoyos, esa caída de ojos lacrimógena presta a desenfundar la espada. Miren esa boca, ancha, anchada de decir barbaridades y exabruptos. Esa contención de los maxilares que denotan años descuartizando a víctimas sin piedad. Miren esa vista a la izquierda, confundida de destino,  dirigida al vacío, al   hueco  infernal de la arrogancia, donde todo cabe, hasta el olvido de una cita con Dios. Vean esa cara y no me digan que no anuncia un tedio absoluto, el tipo sabe que suceden muchas cosas pero siente en su interior, que nada está a punto de suceder. Porque él y su cuadrilla han creído que el mundo rota a su antojo. 

A todo esto, la entidad que él dirige, recibió en 2010,  nada más y nada menos que 9,8 millones de euros para hacer planes de formación, eso que se llaman políticas activas y pasivas de empleo. Pues bien, no contento con arremeter contra los trabajadores y trabajadoras con una reforma laboral ultraliberal, el tipo es responsable de esta nueva pifia. Porque según el Tribunal de Cuentas, la  gran patronal pagó de ese dinero, de usted y mío, a 38 trabajadores por labores de apoyo a esos planes. Lo bueno viene ahora, de esos 38 trabajadores, dos eran cargos directivos. Una nueva vía de escape de la corrupción generalizada que asola al país está servida de la mano de este señor al que le gusta dar ejemplo de austeridad y buen hacer.  

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