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Transporte escolar

Foto: Ibraheem Abu Mustafa (Reuters)


Miren detenidamente la foto, vean a esos infantes camino de la escuela en medio de  la nada. Coronados por un derrumbe de perversidad, encaramados en un motocarro maltrecho con pintas de acabar empantanado en la ciénaga del país en que habitan, si es que a eso se le puede considerar habitar. Y se preguntarán, ¿para qué? No responderé porque no lo sé. Quizás mañana o pasado mañana, el ejercito israelí vuelva a bombardear las calles de Khn Younis, de donde son estos niños, en la franja de Gaza.Y entonces lo que han aprendido en esa escuela sin lápices, sin papel y sin tizas de colores, quede suspendido en la estela de un misil cuya metralla cósmica, quizás, con un poco de suerte, no habrá sesgado la vida de su madre. Mientras tanto, esos niños y niñas, contrariamente a lo que parece, no viven ajenos al conflicto. Lo padecen. Y mucho; miren esa cara que apunta al fotógrafo y descubrirán la vejez adelantada en las mejillas inocentes. Me gustaría saber de qué hablan, cómo se ríen, qué se cuentan, qué les dice la maestra. Imagino, por imaginar, que tal vez les diga algo parecido a esto: nada se me ocurre para consolaros, solo tal vez que en ese vacío enorme del que me habláis se parece a la gran noche del desierto. Y no lo dudéis, en la mayor desolación se hacen más nítidos los ojos del firmamento y los látidos de la tierra. 
(Del Cazador de instantes. Rafael Argullol)    

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