España se ha convertido en un lodazal donde se revuelcan desde hace años miles de políticos y empresarios envilecidos. España es una ciénaga inmensa, sin límites, intoxicada por el olor de prácticas políticas caciquiles y clientelares que anclan sus genes en el siglo XIX español. Incluso si me apuran, antes; desde el tiempo de los Austrias y aún más allá. Porque pareciera que esta democracia low cost -que uno duda incluso de su certificado- solo ha servido para aupar y legitimar socialmente a bandoleros, mafiosos y nuevos delincuentes analfabetizados por una codicia sin límites.
España es un fangal de difícil control, porque la actual estructura política, económica, así como sus dinámicas y sectores de producción, los equilibrios de poder y las estrategias de reparto del mismo, están infectadas por el relente de años de prebendas, ajustes de cuentas y favores de todo pelaje.
España es un barrizal por donde se resbala sin remisión una clase política delincuenciada ajena al sentir de la ciudadanía. Y es que aquí pastan miles de políticos usurpadores de votos a granel y al por mayor. Gentes expertas en la corrupción colectivizada a quienes la ley, la honradez y las penurias de las gentes les importan más bien poco, salvo para sacar provecho de ello. Y es que el saqueo está servido: Caso Nóos, caso Bárcenas, Caso Palau, caso Puyol, los ERES, el caso Pokemon y los recientes desmanes de las tarjetas de Cajamadrid y Bankia.
Este país está atascado en un pozo de apestosos lodos que solo podrá salir de él con una profunda revolución ciudadana, política, fiscal y económica de gran calado. Con una revolución social que, más allá de conquistar los cielos, transforme la apatía y el miedo en un terremoto de explosivas resistencias movilizadoras. No sabemos quien liderará esto. Sabemos quienes no lo podrán hacer. Toda la clase política actual, la que lleva gobernando de manera alterna toda la democracia, entre comillas, desde la muerte de Franco a nuestros días. Pero hubo un antes que está en el origen de esta fatalidad. Y también un antes del antes, donde se ancla la memoria de un país asaltado siempre, salvo honrosos periodos, por la desidia, la corrupción y la podredumbre de sus prácticas políticas. Si hemos llegado hasta aquí, hasta este punto apestoso de no retorno en que un gobierno de ultraderecha ve como cientos de sus cargos están imputados por la justicia y no pasa nada, y si el PP ha llegado a convertir este espectáculo en un bochornoso acto de contrición sin más, es porque algo muy poderoso y oscuro sustenta este actual estado de ánimo y desánimo, ese que permite tanta impudicia sin castigo ni control. El gobierno del PP tiene la obligación de ver y descubrir cómo está afectando a la democracia la mexicanización de sus cuadros corporativos y sus estructuras de poder interno desparramadas por ayuntamientos, diputaciones y gobiernos regionales. Y ese algo, esa mexicanización de la política no puede ser otra cosa que la temible trama enmallada de corrupciones encadenadas que protegen a esta clase de malversadores de la función publica y política.
Si esto no revienta, no es por falta de ganas. Eso se sabe. Tampoco porque el sistema absorba todas las resistencias, ni porque el actual modelo de dominación empiece por nuestros propios deseos, voluntades y subjetividades llevadas al límite de un individualismo emocional que solo encuentra satisfacción en el ocio y el consumo. No. No basta todo esto para explicarlo. Hace falta que el grado de podredumbre del país haya llegado donde ha llegado. Y es que pareciera que aquí da lo mismo desenvainar la espada que cruzarse de brazos. Pero es necesario entender que si se ha llegado a este nivel de enajenación política es, porque toda una inmensa y complejísima trama de blindajes opera en los distintos niveles de la acción política, económica, empresarial, bancaria, cívica, comunicacional, militar, religiosa, educacional, judicial y legislativa. Y funciona sometida al deseo del poder reinante. Un poder de inmensas transferencias y contratrasnferencias que contamina absolutamente todo o casi todo. Y ese poder ejerce su dominación sobre estas castas a través del soborno, la corrupción, el cohecho, el engrasamiento y la prevaricación sin límites.
El PP está desguazando España. Sus estructuras públicas de protección, sus servicios sociales, sus sistemas de protección social, estructuras necesarias para garantizar la subsistencia y la igualdad de oportunidades de millones de gentes que aún creen en el futuro. Lleva tiempo en ello. Y lo hace desde el falso patriotismo de saldo. La crisis es el arranque, el síntoma que ha evidenciado el sustrato de la endeble y enfermiza democracia que creímos conquistar. Es el presagio de algo más profundo que está escrito a sangre y fuego en el árbol genealógico de una casta de mandarines sin escrúpulos y que hoy controlan gran parte de las principales maquinarias que mueven, o simulan mover, este país en decadencia.
El actual gobierno del PP, lejos de evitar este embarrancamiento, insiste en forzar la máquina destructiva que pulveriza la realidad convirtiéndola en un basurero de mezquindades, insiste en legitimar y proteger más a sus exegetas de la codicia sin límites, que a las gentes a quien se debe. Porque para el PP, la realidad no existe. O al menos no existe esta realidad. La de la ciudadanía saqueada y llamada al engaño, al escupitajo diario de sus políticos, a la trampa y fullería diarias convertidas en norma. A la euforia que perpetua la mentira y la falsedad legitimada por decreto ley. El PP ha convertido cada segundo de esta realidad en una oportunidad para la mentira. Más aún, en una larga y angustiosa noche engañada. Porque el gobierno del PP ha secuestrado la claridad del día devorada por una oscuridad interminable, la que nos lleva al abismo social, político y económico.
Urge pues que la clase política, si le queda un gramo de honestidad, desde el socialismo refundado a la izquierda sistémica y alter sistémica, lancen una OPA política contra este gobierno y esta manera de seguir enterrando a un país, sus autonomías y sus gentes. El hedor que despliegan casi todas las instituciones en las que la gente ha confiado es insoportable. En muchas de ellas, no dudo que todavía queden gentes decentes, pero en los bajos fondos de las mismas se ha anclado, como un vicio inexpugnable, un modo de hacer o de enmudecer, de proteger, de validar, de falsear el verdadero sentido de la existencia y exigencia democrática. Y ese modo de hacer está podrido. Hasta la médula.
Este reino de España en bancarrota, no solo económica, pese a los eufemismos exultantes de los magos de la comunicación tergiversada y los creadores de discurso del PP; está infectado por virus sociales de gravísimo diagnóstico y peores pronósticos: la brutal desafección de la política, el descreimiento en las instituciones de control político, económico y social y el exilio de la condición de ciudadanía, transformada por obra y gracia de no pocas normativas -que han convertido al ciudadano en un sospechoso social- en una decadente condición de súbdito estúpido sin respeto alguno por sus decisiones. Y un súbdito sin derechos es un exiliado de la centralidad social. Esta clase política, esta casta, la que ha popularizado Podemos, es la máxima responsable de su debacle. Este viaje emprendido hacia el abismo que solo busca la salvación de los funcionarios del infierno protegidos por el PP, solo podrá ser impedido por una fuerte contestación social en la que todos estamos llamados a participar. Eso, y que esa mayoría esté representada en nuevos escenarios de poder político. Como dice Juan Carlos Monedero, hagámoslo posible para que el miedo cambie de bando. Añado algo más, para que la desesperanza, el desaliento y el desasosiego cambien de acera.
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