El pasado año, tras una columna escrita en esta esquina del periódico, un alto cargo del gobierno foral me llamó enfadado. Quería contrastar mi opinión vertida, para él pervertida, sobre un hecho narrado por mí. Acudí a la cita y hablamos durante dos horas. Él me atribuyó ser un populista indocumentado y yo le acusé de ser un chantajista de la realidad. Me quedé mal. Fatal. Me vino a decir, más o menos, que la realidad, por mucho que yo la deshuesara y sacara las entrañas para su exposición pública, ésta se movía sola por los vertederos de la historia. De poco valía enfrentarla ante la inexorabilidad del presente. Quiso decirme con esto que lo mejor es aprender a callar mientras fingimos que hablamos. Tras la movilización de la Diada catalana, la prensa unionista, junto a los lobbies de comunicación ultraliberales liderados por El País, han vomitado antisoberanismo hasta anegar las alcantarillas del centralismo. Decía El País que el “éxito movilizador no validaba el proyecto” soberanista. Que ese éxito de participación era cuestión de logística, además de una perfecta manipulación gubernamental de las emociones. Vamos, que lo que cuenta es la legalidad y el mantra constitucional. Así que nada, ahí está el unionismo soberbio, el constitucionalismo usurero y la derecha rajoyana para imponer orden por encima de las voluntades. Para hacer callar la historia a la que han puesto en búsqueda y captura. Me acordé de mi recriminador foral que me dijo: puedes enfrentarte a los repliegues de la historia, pero que sepas que juegas en desventaja. Atente a las normas de juego. La gente necesita hartarse de confitura y nosotros llevamos las cuchillas de afeitar en los espolones. Pues eso.
El pasado año, tras una columna escrita en esta esquina del periódico, un alto cargo del gobierno foral me llamó enfadado. Quería contrastar mi opinión vertida, para él pervertida, sobre un hecho narrado por mí. Acudí a la cita y hablamos durante dos horas. Él me atribuyó ser un populista indocumentado y yo le acusé de ser un chantajista de la realidad. Me quedé mal. Fatal. Me vino a decir, más o menos, que la realidad, por mucho que yo la deshuesara y sacara las entrañas para su exposición pública, ésta se movía sola por los vertederos de la historia. De poco valía enfrentarla ante la inexorabilidad del presente. Quiso decirme con esto que lo mejor es aprender a callar mientras fingimos que hablamos. Tras la movilización de la Diada catalana, la prensa unionista, junto a los lobbies de comunicación ultraliberales liderados por El País, han vomitado antisoberanismo hasta anegar las alcantarillas del centralismo. Decía El País que el “éxito movilizador no validaba el proyecto” soberanista. Que ese éxito de participación era cuestión de logística, además de una perfecta manipulación gubernamental de las emociones. Vamos, que lo que cuenta es la legalidad y el mantra constitucional. Así que nada, ahí está el unionismo soberbio, el constitucionalismo usurero y la derecha rajoyana para imponer orden por encima de las voluntades. Para hacer callar la historia a la que han puesto en búsqueda y captura. Me acordé de mi recriminador foral que me dijo: puedes enfrentarte a los repliegues de la historia, pero que sepas que juegas en desventaja. Atente a las normas de juego. La gente necesita hartarse de confitura y nosotros llevamos las cuchillas de afeitar en los espolones. Pues eso.
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