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El premio Principe de Viana de la cultura



Si a usted le preguntan por los ocho candidatos al premio Príncipe de Viana de la cultura concedido este año, apuesto a que no conoce a ninguno. Salvo que sean parientes suyos. Le cuento; de los ocho propuestos, tres eran sacerdotes y solo dos mujeres. Se lo ha llevado un sacerdote. No pongo en duda su merecimiento. Tarsicio Azcona es experto en historia de la iglesia en tiempos de Enrique IV. Sin duda algo útil y necesario. No diré que no. Ni siquiera dudaré de esa capacidad científica por la que ha sido premiado. Aunque vista la discrecionalidad con que usa esta comunidad su pasado histórico; pues eso, que me pregunto qué se hace hoy con ese saber. Para qué sirve ese conocimiento, qué aporta a esta cultura navarra -si es que hay- recortada, subastada y casi privatizada.
Entiendo la cultura como un artefacto creador. Como una herramienta artística que impela al presente ofreciendo respuestas y sentido. Como un hermoso y tenso devaneo entre la creación y la expresión en sus diversas manifestaciones.
No sé a quien le daría el premio. Tal vez a alguien que hace cultura a pie de obra convirtiendo cada producción en un adictivo espectáculo de emociones. A alguien que demuestra que la vida merece ser vivida porque convierte su arte en una simulación de la vida misma. Y ello nos provoca un éxtasis de bella fractura. A quien nos agita los cuerpos y almas tras ser testigos de trances sublimes regados de hermosa e inquietante belleza. Gente así hay en Navarra. Se conocen. Pero hay que creer en ellos y en ellas. Los hay jóvenes y no tanto, algunos incluso rayan la cuarta edad. Eso sí, no son nada complacientes. Por cierto, este premio lleva ya veinticuatro ediciones. Tan solo en dos ocasiones ha tenido nombre de mujer. Vamos, un premio que en cuestión de género va por la vida muy degenerado.

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