Nos hemos acostumbrado. Y hemos normalizado la crisis como arte y parte de nuestros relatos, vidas y hasta muertes, las por venir. Tanto que ella, la crisis, ha domesticado nuestros actos cotidianos incorporándose al lenguaje sin que ya éste encuentre un espacio disidente. La nueva normalidad, la de la crisis perpetua nos prepara para la nueva subjetividad, obediente y sumisa. Esta normalización, en definitiva, lo que busca es nuestra colaboración para la destrucción intangente del bienestar colectivo. Sin que nos demos cuenta, apelando a la crisis colectiva. Un texto duro e intenso pero esclarecedor.
http://www.elboomeran.com/obra/1445/normalidad-de-la-crisis-crisis-de-la-normalidad/
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
Comentarios
Publicar un comentario