Lester Young dijo que el jazz consistía en crear un sonido propio, en encontrar la manera de distinguirse de todos los demás. Lástima que la izquierda a la izquierda del PSN no interprete el juego de la política como Lester el saxo. Porque hay que atreverse a hacer una muesca en el universo. Sinceramente, creo que esa izquierda no ha gestionado bien la crisis navarra. Ni en la comisión de investigación ni en la semana de autos posterior. No ha estado a la altura de lo que la ciudadanía de izquierdas estaba sintiendo. Ha ido por detrás. Creo que esa izquierda fue succionada por la inmediatez presentista, por el calentón. Vale, estaban por apoyar la moción. Faltaría más. Pero en esa semana perversa se generaron no pocas expectativas y sus líderes todos, parecían videntes. Esa izquierda no ha tenido cintura. Tampoco ideas para desmontar todos los argumentos falaces que han actuado como ideas-fuerza de la derecha y del PSN. Golpes bajos que apestaban y que la izquierda era incapaz de devolver. Esa izquierda apática ha estado al verlas venir. Sin iniciativa. Sin pegada. Como si debiera algo. Incapaz de gestionar posibles escenarios de futuro. Y eso que UPN y PSN han ofrecido lo peor de sí mismos. Pero la izquierda no ha sacado partido de ello. Quien ha salido triunfante ha sido ella. Ella que lo tenía todo perdido. Ella que tenía el problema y al final se lo endilgó al PSN. Esa izquierda parece conformarse, porque incapaz de más, se interpreta ganadora. Pero toda ganancia sin riesgo es un triunfo sin gloria. Y me pregunto ¿Por qué no registraron una moción de censura alternativa? Por ejemplo.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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