Rajoy y Barcina, presidenta navarra, tienen un serio trastorno de realidad. El uno porque
ha reinventado España y la ha convertido en un no lugar que diría Marc Augé, y
la otra porque ha inventado un misterio,
el de la santísima gobernabilidad de Navarra. Los dos saben que la realidad política es ya a
estas alturas un enorme contenedor de basura, que la corrupción encabrona pero es manejable. Porque los corruptos están
a buen recaudo. Sus “camisas negras” les
protegen de todo intento de ponerlos contra las cuerdas de la justicia.
Rajoy se ha inventado un país que no existe y Barcina una comunidad esterilizada a punto de
reventar en medio de un Apocalipsis inmaterial. Rajoy utiliza el lenguaje del
rajoyato como arma de manipulación
masiva. Barcina apela a la ética, pero la suya apesta como una poza séptica insoportable. Previendo
su epitafio, la presidenta ya ha
solicitado su beatificación después de su paso por el Rubicón parlamentario. Me gustaría que al
menos reconociera, tan moral ella, que gracias a una funcionaria decente se han
evitado no pocas indecencias de apellido corrupción. Pero eso no cuenta. Porque
las mentiras en Navarra apenas
constituyen desviaciones del régimen foral, lo componen, forman parte de él. ¿Habrá
moción de censura? Nadie lo sabe. Lo que cuenta es que unos tipos de Bildu
quieren quemar Navarra a lo bonzo. Que el socialismo navarro, previa incapacitación
política, necesita la patria potestad de Ferraz y que la ciudadanía navarra
solo sirve para escupir papeletas sin valor cada cuatro años. Esto ya apesta, pero les prometo que el viernes 7 de marzo saldrán de dudas.
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