Aquella ciudad vivía de las rentas de un pasado glorioso. Aparte de sus fiestas sin igual, dicen. En
tiempos fue noble, ilustre, leal y no sé cuantas cosas más. Con esos títulos se comió el mundo y durante
algún tiempo se lo puso por montera. Además, por azares de la historia, por su
atesorado provincianismo, amor propio y
buena estrella aliada con el destino en lo universal, estaba muy bien
considerada en el ranking de ciudades modelo. Lo tenía todo porque en tiempos
fue próspera: buena gente, cabezas ilustres, creatividad, rebeldía, naturaleza,
ingenio, riqueza, trabajo, mano de obra importada y una ingente cantidad de
recursos para ser bien gestionada. En fin, una privilegiada. Y de eso
presumía. De ser la primera en calidad
de vida, en renta per capita, en servicios, en zonas verdes, en habitabilidad,
en solidaridad, en piscinas por habitante, en bares, en volumen de reciclaje,
en sociedades, en donantes de sangre y en no sé cuantos indicadores más que la
convertían en la envidia de sus vecinas.
Pero todo esto, si bien era cierto, servía como fachada para ocultar sus
debilidades y perversiones. Las que nunca nombraba. Y ocurrió que, embriagada
de tanto éxito, satisfacción y autocomplacencia, empezó a decaer. El presente
iba ya en otra dirección y aquella ciudad estaba perdiendo el tren de la
historia. Y todo, sin que sus regidores se enteraran. O si se enteraban,
miraban para otro lado.
Aquella ciudad estaba
perdiendo cordura y por ella fluían vientos contaminados. Mucha gente huyó
cansada de tanto desacierto y mala baba. Aquella ciudad ya no era moderna,
aunque sus autoridades se empeñaran en vestirla como tal. De hecho, intentaron convertirla en ciudad cultural para 2016, pero su vecina del norte, ahora regida por gentes infieles, le arrebató el título.
Ahora la ciudad se
miraba agotada por un exceso de confianza en los sueños. Mientras tanto, sus regidores,
en tiempos unidos al pueblo por un fino hilo de oro, tejían sogas de cáñamo
para saldar cuentas con la historia. Y también para ahorcarse lentamente en el desgastado ejercimiento de un poder cansado e insulso.
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