Acaba el Dakar suramericano y veo a esos aventureros de rebajas, arrasando las tierras de la América más jodida, -antes ya habían jodido el Africa más mísera- subidos en una moto que brama en los desiertos y pedregales, y se me mueven las vísceras. No se a qué están esperando algunas organizaciones para meterle mano a ese impresentable rally que lleva años escupiendo arena ardiente sobre la memoria ultrajada de Africa y America del Sur. Cada vez que las televisiones de ciento sesenta y cinco países muestran esas imágenes de coches llenando de polvo las aldeas empobrecidas por las que atraviesa el Dakar, siento un escalofrío de indignación.
Esa carrera de pijos insensibles recorre miles de kilómetros por tierras de miseria, explotación, violencia, emigración y hambruna, tantos como los que tenía la travesía forzada que un día emprendieron los esclavos que partían de Dakar rumbo a América para ser explotados y aniquilados por la colonización blanca. Hoy, Europa se blinda ante la inmigración de los “sinpapeles” y “muertosdehambre” africanos y sudamericanos pero se permite el lujo de organizar un rally que mueve milllones de euros sin pedir permiso para ocupar la belleza de sus tierras. No me digan que no hay nadie que sea capaz de poner límite a tanto cinismo. ¿ O es que la burla hacia ese continente lo ha rebajado todo al rango de pretexto?
Al margen de la infamia del asunto, ¿Saben ustedes que se puede hacer con esos millones en esas tierras de miseria y emigración?. Pues nada más y nada menos que: abastecer de agua potable a tres millones de personas, construir treinta y cinco hospitales para eliminar el cólera, la malaria, la paratifoidea, las disenterías y amortiguar los terribles efectos del sida, dar de comer diariamente a ciento cincuenta mil personas durante un año, vacunar a cincuenta mil niños y niñas contra la polio y construir cinco escuelas infantiles. Así de claro. Pero esto es pura utopía, añoranza paleomarxista y ganas de joder la manta a los amantes de ese arriesgado deporte. Pues bien, así es; pero me acuerdo de los millones de esclavos negros que murieron a lo largo de la travesía comercial humana más sangrante de la historia y creo que el Dakar sigue formando parte de la ceremonia de ese exterminio.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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