Todo
empezó por una foto. La de los presos excarcelados de ETA en Durango. Pero tal
vez, antes de esa foto, estaba el negativo de la realidad por un lado y el
positivo de la ficción por otro. Si bien ETA ha muerto, o está a punto de
hacerlo, quienes formaron parte de ella han vuelto para integrarse entre los
vivos. Pese a que haya quien piense que siempre debieron quedarse entre los
muertos. Pero han cumplido con la ley, con la ley que los condenó y no con
otra. Y eso les autoriza ética y jurídicamente para estar presentes. Aun a
costa del dolor infligido. Porque el espacio privado del dolor sufrido y
sentido no debe mezclarse con el espacio público y político. Una cosa es cómo
se viven los procesos privados y otra como se gestionan las consecuencias de
ello en el escenario político.
Personalmente
creo que cumplir la condena impuesta –y ellos y ellas lo han hecho- lleva implícita
la redención y el perdón de los pecados. Porque el fin de la pena es restablecer
el daño causado. Más aun, el delito ya penado supone devolver a la sociedad el
orden social sustraído y retribuir a la
víctima –en este caso a sus familiares-, el mal generado. Del arrepentimiento
mejor no hablar. A no ser que solo nos interese pedir tal certificado en
función de la nómina que nos sustenta.
Comentarios
Publicar un comentario