Entre todos, ese programa lacrimógeno hasta que te coge el sueño de la siesta, se
presenta como una actuación mágica de solidaridad pública frente a la crisis
que padecemos. Lo emite la 1 de TVE a una hora –después de asistir a la
falsificación de la realidad informativa-, en que todo adquiere una apariencia
nebulosa, cuando el día se enfanga en el desaliento y cuando la culpa tras la
comida te reclama una expiación urgente.
El pretexto de este programa es la solidaridad
colectiva con los más necesitados. Una buena idea si realmente se tratara de un
programa solidario donde se identificaran las claves que hacen posible la
desigualdad de los ciudadanos necesitados de tanta solidaridad, de tanta pena y
compasión, pues éstos son en realidad los móviles del programa. Pero no lo
hace. Lo ignora, lo evita y con ello contribuye a un discurso perverso sobre la
realidad social y sus efectos. Porque deconstruye la realidad sometiéndola a un
reduccionismo samaritano. Porque los beneficiarios aleatorios y destinatarios
de tanta solidaridad aparecen como sujetos sobre los cuales el infortunio ha
emergido por razones que escapan a la condición social, política y económica en
qué viven y se construyen o destruyen, como si una fuerza incontrolable del
destino los hubiera convertido en dianas de la adversidad sin remisión.
A diario aparecen en este programa situaciones de
gran dramatismo personal y familiar. No lo niego. Pero el plasma televisivo posee unas
propiedades edulcorantes que actúan sobre la gravedad dolosa de los hechos. Y
allí donde antes había un problema ahora hay un show televisivo
quetransmuta lo desgarrador en superfluo. Como una burbuja de magia con efecto
placebo. Entre todos en realidad no es entre todos, sino entre unos
pocos llamados a ser altruistas individuales. Entre todos es todo menos
un programa solidario. Solidario es contribuir con más impuestos a un mayor
bienestar generalizado. Pero no. Entre todos es casi un programa de
magia y frivolidad a raudales donde las adversidades, fruto de injusticias
sociales y recortes del Estado de Bienestar, se resuelven a golpe de talón
privado o dádiva personal. Su presentadora, como todo buen transformista de la
realidad, despliega un hábil manejo de las emociones y las sensibilidades del
público y espectadores. Con ello consigue efectos sinuosos sobre la audiencia.
Todo tiene como finalidad recrear un espacio dramático culpabilizador ante los
dramas presentados, los cuales se cargan directamente a la cuenta personal de
los espectadores, quienes se librarán de dicha culpa mediante la limosna
correspondiente. El mecanismo transformador de las distintas adversidades
personales o familiares se pone en marcha como una caja mágica donde todo se
resuelve a golpe de efecto. A más morbo, mayor capacidad de sensibilización, a
más presencia de menores en el drama presentado, aumentará la tensión caritativa.
Cuando el descenso a los infiernos personales se haga visible y los afectados
se desnuden dejando sus vidas al aire libre a merced de la caridad y solo de la
caridad, el efecto mediático habrá logrado su objetivo. Y este no es otro que
la banalización de la miseria, la trivialidad de la desventura al servicio de
una audiencia que solo quiere ver y oír como hay otras situaciones peor que
anulan toda capacidad de crítica y resistencia.
Porque Entre todos exime al poder, al
Estado y al Gobierno de sus responsabilidades y obligaciones como proveedor de
derechos, recursos y asistencia pública. De esta manera, este programa se
convierte en una plataforma de rescate social individualizando las respuestas.
Y es que Entre todos apela a la intimidad caritativa para resolver
situaciones que tienen origen no en lo individual, sino en lo social y lo
político. Pero más aún. Lo hace convirtiendo el plató televisivo en un
espectáculo de circo emocional que fascina por su enorme capacidad de seducción
misericordiosa. Entre todos olvida a sabiendas qué es la justicia social
para resucitar la España del Ustedes son formidables.
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